miércoles, 12 de diciembre de 2018

El Principito

Hacer una lectura crítica de lo que leemos es una acción consciente que consiste en leer lo que está entre líneas. Lo que el autor nos transmite de "su mundo interior", y de "su sistema de creencias". A veces no funciona la primera vez, a veces hay que releer las obras. Incluso a veces hay que releerlos años después. Eso me pasa con El Principito, y su rosa. Siempre he admirado mucho la relación del Principito con el Zorro, con su amigo. Es una gran enseñanza para todos nosotros. Y lo mismo pasa con la boa y el elefante, y la crítica a la falta de imaginación de los adultos, pero con la rosa es el problema. 
pág. 29: -No debí haberla escuchado -me confió un día-. Uno no debe escuchar nunca a las flores. Uno simplemente debe mirarlas y respirar sus fragancias. La de mi flor perfumaba todo mi planeta, pero no supe disfrutar de todo su encanto."

Ahí la dejo.

lunes, 26 de noviembre de 2018

¿En qué momento?

Me tomo un momento para hacer una pausa de mi revisión maratónica de ensayos de III° medio para reflexionar sobre algo que me suena y resuena en la mente cada día que voy al Colegio, y es: ¿en qué momento?
¿En qué momento la sala de clases se transformó en un bar?, ¿en un comedor?, ¿en un centro de acopio?, ¿en un basural?, ¿en un centro de carga de celulares? Las cabras se pelean los cargadores y los enchufes. Y se enojan si uno se los desenchufa. Loco, los celulares están prohibidos por reglamento. Así como comer en la sala, decir groserías, faltarse el respeto entre las personas del Colegio... pero nada de eso les importa. Solo les importa su propio placer. Su propio beneficio. A veces creo que si les quitara los audífonos o los celulares, les estaría provocando una úlcera. A veces creo que si les tomara la comida y la botara al basurero, como otros colegas lo han hecho, me demandarían. 
¿En qué momento el Colegio dejó de ser un lugar donde lo más importante era aprender?, ¿y preguntar?, ¿y reflexionar?, ¿y discutir? ¿En qué momento nos perdimos?
¿Cuándo va a ser el día en que las estudiantes vuelvan a mantener su espacio limpio y ordenado?
¿Cuándo va a ser el día en que las estudiantes vuelvan a expresarse en lenguaje culto formal, y evitando cualquier grosería, en vez de pedir constantemente perdón por lo groseras que son?
¿Cuándo vamos los profesores a volver a ser respetados?, ¿valorados?
¿Cuándo las estudiantes van a volver a acercarse al profesor que corresponde para resolver sus problemas, sin pasar a llevar a nadie, en vez de ir corriendo a informarle a todo Chile lo que el profesor "hizo", y por lo cual merece el castigo del infierno?
¿Cuándo el Colegio volverá a ser nuestro lugar feliz?, ¿mi lugar feliz? 

viernes, 5 de octubre de 2018

¿Qué es ser profe?

La primera vez que una estudiante decidió hablarme de su vida, fue en una clase en que estaban haciendo una actividad de creación literaria, y que ella había terminado hace rato. No quiso o no se atrevió a decirme de una, pero comenzó con indirectas que yo capté de inmediato. Su confesión, que para ella parecía la más importante de su vida, era que era lesbiana, y que nadie de su familia sabía, porque eran fanáticos religiosos y ella pensaba que la echarían de la casa. Ella sabía que era lesbiana por lo que sentía por las chiquillas, pero nunca había tenido contacto físico con ninguna. Yo sabía de antes que ella sentía atracción sexual por las mujeres, y también sabía que no era la única con esa orientación, pero como a mí me daba lo mismo, no le di importancia, hasta ese día, que comprendí que la importancia se la dan elles, les estudiantes. Ese día yo me volví una profesora mucho más empática, y cercana. Y buena para escuchar. Lo que me costaba sí era preguntar. Me costaba meterme en la vida de mis chiquillas y chiquillos sin sentirme barsa. Pero eso cambió.
En mi segundo colegio, una estudiante que me encontré en el metro después de clases, me confesó que padecía hasta hace muy poco tiempo de bulimia. Me lo dijo como quien habla del clima, ambas paradas al rededor del fierro del metro. Y yo, evidentemente, no supe mucho por qué me escogió a mí. Conversé con total naturalidad del tema, aunque dentro de mí había un vaso roto que me hacía sentir mucho dolor y rabia, hasta que ella se tenía que bajar. Me despedí con total normalidad, y cuando ella ya no estaba en el carro, entendí. Ser profesora de lenguaje no tiene nada que ver con enseñar a desglosar las ideas de un texto. La asignatura debería llamarse simplemente Comunicación. A comunicar es lo que yo debería enseñarles. Y también entendí que yo no iba a ser solo profesora en los colegios, también iba a ser sicóloga, madre sustituta, y quizá hermana mayor.

En ese mismo colegio supe hartas cosas más, de estudiantes que, como era habitual, se me acercaban a comentarme sus vidas. Yo nunca las interrogaba, solo las escuchaba, hasta que aprendí la lección. Una estudiante que yo no conocía porque no le hacía clases se intentó suicidar y esta vez casi lo logra. Estuvo a minutos, para ser más exacta. Solo no lo consiguió porque la persona que vivía con ella llegó a casa antes de lo pactado. Ese día, que nos enteramos de esta situación, comprendí que lo mejor que podía hacer cuando viera a les cabres sufriendo en silencio, era hacer que rompieran ese silencio, y que aunque no quisieran realmente, se soltaran conmigo, para ser el primer escalón en esta búsqueda de la paz interior que se obtiene a través de sacar la verdad. Por eso ahora yo les pregunto. Les pregunto y me odian, porque no me quieren decir. Pero algo me dicen igual. Y al menos un poco mejor se sienten. 
Yo habitualmente les amo. Por eso no dejo que no me digan nada y se vayan con toda esa pena de vuelta pa la casa. 
Este año es el quinto de mi carrera como docente, ejerciendo una profesión que amo y respeto. Y la cantidad de información que tengo en la cabeza es realmente impresionante. Estoy curá de espanto de tanta tragedia. Antes de trabajar en colegio, yo pensaba que lo más trágico de mi vida era Edipo Rey, pero loco, como diría TNT, hay realidad que supera a la ficción. 

El duelo 2

Había una posición en la cama que me fascinaba. Recuerdo que era tan genial para mí, que a menudo te decía: podríamos quedarnos así para siempre. Consistía en que nuestras cuatro extremidades y nuestras cabezas quedaban entrelazadas por completo. Nos volvíamos una especie de madeja de lana con nuestros cuerpos. Era fantástico. Nuestra respiración y latidos se alineaban en un mismo ritmo, y era tan cómodo y confortable para el alma que habitaba en nosotros, que a veces nos quedamos dormidos en esa sincronía única y maravillosa. 

Cuando nos separamos, lo que pensé que más iba a extrañar era eso. Nuestra conexión vital, nuestra capacidad única de sentir placer en un abrazo en la cama. En un abrazo no sexual. En uno cargado de amor. Solo de amor. Del más buen amor que teníamos para darnos. Pensé también que iba a extrañar tu olor. Ese olor al que yo creía ser adicta, y que también me hacía sentir la persona más feliz del mundo. 

Ahora que estoy soltera otra vez, y que no tengo ni tu cuerpo, ni tu calor, ni tu olor en mi cama nunca, lo que más extraño es al Chubi. Y no creo que sea porque siento desapego contigo, o porque ya no te necesite. Creo que es porque mientras te amé desde aquella posición en la que el amor romántico nos coloca, aproveché cada segundo de abrazo lanístico-pulpístico, y cada posibilidad de sentir tu olor, y tu respiración, y tus latidos. No anduve perdiendo mi tiempo en la depresión de no tener más tiempo para aprovecharte, o hundirme en el dolor de esta vida capitalista de mierda, sino que cada segundo que tuve junto a tu cuerpa fue valioso. Y por eso, ahora, a quien extraño, es al Chubi. 

miércoles, 26 de septiembre de 2018

El duelo

El duelo es una cosa terrible. Nuestro cerebro deja de secretar dopamina y se siente en abstinencia de felicidad. 
Da rabia, da pena, produce instantes de negación, de depresión, y termina con "aceptación". Nada recomendable. 
Pero el duelo también es necesario, muy necesario para poder sentir lo importante que son las personas y el amor para nosotros. Para ser conscientes de lo que queremos y necesitamos para estar bien. Y para reconocernos, rearmarnos y amarnos de nuevo. A nosotros. Tal como somos. El nuevo nosotros. El nosotros que viene después de tanto aprendizaje.

El duelo duele, pero es justo y necesario. 

viernes, 18 de mayo de 2018

Daniela Vega

Daniela nunca será Daniel,
ni porque tú lo quieras,
ni porque Ezzati lo quiera,
ni porque Kast lo quiera,
¡ni porque sus cromosomas lo quieran!


Daniela es Daniela.
Daniela descubrió que era Daniela,
y lleva muchos muchos años siendo Daniela.


Daniela es actriz, no actor,
Daniela es hermosa, no hermoso,
pero sobre todo;
Daniela es libre.
Libre de sonreír, porque es honesta,
libre de responder y de guardar silencio.
Porque además es sensata.
Y es respetuosa.


Daniela hace que me sienta orgullosa
de ser del mismo género.
Daniela es un ejemplo de virtud.
Daniela es Daniela,
desde que se levanta hasta que se acuesta.
Y cuando duerme, sigue siendo Daniela,
mientras sueña.

viernes, 4 de mayo de 2018

Ámbar fue al cielo

Hace algunos años atrás, cinco aproximadamente tomé la decisión de no tener televisión, y un par de años antes de eso había tomado la decisión de no ver más televisión. Esto no es porque yo me considere una persona superior o más inteligente que lo que la TV muestra, sino porque comprendí humildemente que mi ser, mi espíritu en particular, no estaban dispuestos a ver tanta desinformación, tanta basura manipulada y maquillada, ni tanta violencia. 
Ahora, varios años después, viviendo en una casa donde no hay televisión, es poco de lo que me entero (noticias de los medios), sin embargo he adquirido un placer culpable por ver el programa de La Red, llamado Mentiras Verdaderas, por youtube obviamente, y se me han caído un par de lágrimas con los primeros minutos del programa emitido este 1 de mayo. Invitaron al último médico que recibió a Ámbar, esta niña de un año y siete meses que falleció en manos de un monstruo que era su cuidador legal, pero que en vez de cuidarla, la violó y la golpeó brutalmente, de modo tal que la niña murió por las infecciones prolongadas de las heridas que la infante lleva en su cuerpo. 
Estamos en un país culiao donde los niños, los viejos y las mujeres somos grupos vulnerables ante la violencia de manera continua. Violencia de las leyes, violencia de los medios, violencia de los familiares, etc. Mucha mucha violencia. Esta niña muere de sepsis porque fue violada y golpeada brutalmente, antes de cumplir dos años de edad, por su cuidador legal de la UDI, pro vida, candidato a diputado, y quienes la llevaron en calidad de bulto al hospital más cercano, dijeron que "se cayó de la cama". O sea, ¿se puede ser más desgraciado?, ¿más maldito? No puedo creerlo.
Y después de esto, la gente lo único que se le ocurre decir es que se legalice la pena de muerte, para poder matar a quien la mató a ella... o sea, en vez de pensar en que esta niña una más de la lista que ha muerto este año. Que se suma a los más de mil niños que mueren en el SENAME, se suma a Sofía, al pobre niño de 7 años que su abuela asesina a golpes con un PALO porque NO QUERÍA COMER. Estamos en una sociedad enferma, y no se soluciona matando a los sicópatas. A ellos hay que llevarlos a la cárcel, y que ojalá mueran allí. Para que cada día, hora, minuto, segundo de su vida recuerden lo que hicieron, y por qué están ahí. Y por qué no merecen estar junto a quienes "aman". Eso es lo que les tiene que pasar. En ningún caso asesinarlos es un castigo. 
Y pasando el tema agresor maldito. Ya sabemos que las instituciones valen hongo. No dan abasto. Qué podemos hacer para ayudar a nuestros niños. Cómo podemos organizarnos para cuidarlos. Para prevenir a que sigan MURIENDO en manos de pervertidos asquerosos. En manos de enfermas que no controlan su ira. Son niños, son bebés... abran los malditos ojos y déjense de odiar al asqueroso. Matando a ese enfermo no ayudaremos a los miles de niños que viven vulnerablemente. 
Basta, Chile. Basta. En serio. 

domingo, 29 de abril de 2018

Me violaron

Desde que me pasó, a los cuatro o cinco años, hasta que lo recordé pasaron más de diez años. Recién a los 19 volvieron a mi memoria cada uno de los hechos violentos en los que me vi sometida a tan corta edad, y con lo terribles y vívidos que fueron estos, tuve una enorme crisis emocional que me llevó a dos años de sicólogo. Por suerte en la Universidad era gratis.
Durante muchos años, desde ese entonces, nunca usé el concepto violación para designar lo que me pasó, sino que siempre usé: "abuso sexual". Pero ahora, ahora que tenemos este terrible caso de España, en que un grupo de hombres desalmados incurrieron en VIOLACIÓN, en todas las maneras en que se puede violar a una mujer, y que los jueces consideran que no es violación, en otras palabras, que no merecen 20 años de cárcel sino solo 9 (la pena de cárcel que merecen los que abusan), ahora es cuando me doy cuenta de que me violaron. Que lo que yo llamaba abuso, quizá para bajarle el perfil, o quizá porque el patriarcado me volvió demasiado idiota, no fueron abusos, fueron continuas violaciones, y que fueron aún peor porque yo aún ni siquiera tenía edad para entrar al sistema escolar. Es decir que fueron violaciones a una niña. A apenas una niña. 
Quiero que cada persona que aparezca en este blog, por casualidad o voluntad, se entere de que no podemos seguir presenciando situaciones como estas, sin que nos afecte, o sin que nos importe, o pensando solo que gracias a Dios no nos pasó a nosotres. Cada persona que pase por aquí sepa, que no podemos seguir así como sociedad, no podemos seguir jugando al "me importa un bledo" con acciones tan nefastas de la "justicia". 
Que arda todo. Que arda ya. 

domingo, 8 de abril de 2018

Adolescencia

Hace unos años atrás hubiera considerado imposible salir a la calle, o a la piscina o de vacaciones sin depilarme las piernas y las axilas -como mínimo-. Hubiera considerado una aberración, también, salir sin sostén (con relleno, para que no se marquen los pezones, obvio). Hubiera considerado completamente inapropiado colocarme un short o una minifalda que permitiera que se me viera todo el muslo, con la celulitis incluída. Y durante un buen tiempo no me permití usar trajes de baño que dejaran a la vista mis estrías de las piernas.

Ahora entendí que los pelos, la celulitis y las estrías son parte de mí. No puedo avergonzarme de ser yo. Y de tener este cuerpo. Ahora también soy más consciente de cuidarlo y mantenerlo vivo y saludable. 
Hace apenas una semana atrás tomé la decisión de manera real de alimentarme sin carnes rojas, de hacerle caso al médico, de no permitir que mi cuerpo se deteriore solo porque soy irresponsable o terca. O porque quiero "solo disfrutar". Tan hedonista que es una a veces.

Me preocupa lo que veo a diario en el Colegio. Me preocupa la falta de amor propio de las niñas. Las que tienen desórdenes alimentarios, las que no soportan ver su cuerpo, ni ver comida. Las que atentan contra su salud a causa de una enfermedad originada por el estereotipo, por el modelo visual. La sociedad completa está enferma por insistir en que un solo tipo de cuerpo es el que todos aceptan como bello. Hay cuerpos que, por su estructura ósea, por su herencia genética, o por su desarrollo hormonal, jamás serán cuerpos que se adecuen a ese modelo. No cabrán, por más que lo intenten... ¿qué van a hacer entonces?, ¿cuando pesen 30 kilos y sigan viéndose "anchas"? La anchura es bella, la negrura es bella, la blancura es bella, la angostura es bella, la persona es bella. Siendo bellas personas, no deberíamos preocuparnos por la talla de sostén o de pantalón. Ni del color de la piel ni del pelo, ni de la máscara de pestañas ni el labial, ni el delineador ni la base, ni el brasalete adecuado, ni el sostén que combine, ni del vientre abultado ni del trasero con celulitis. Estar tan pendientes de esto nos deja poco espacio a lo otro. A la preocupación por lo fundamental. Por el amor, por el entorno, por los amigos, por la familia, por los momentos... 
Ámense. Olvídense de que su cuerpo no encaja. Porque quizá nunca encaje para sus tan altos estándares de exigencia. O quizá sí encaje. O quizá ya encaja. Amen sus pelos, su piel, sus caderas, su estatura... ámense. En serio. Ámense.

martes, 20 de febrero de 2018

¿Por qué "feminazi" no va?

Para empezar, quisiera expresar mi gratitud a aquellas personas que de alguna u otra manera han "entendido" que el feminismo no pretende dañar a nadie, sino evitar que el daño sea más profundo. Muchos no comprenderán nunca, pero me basta con que lo entiendan. Y con que eviten el insulto "feminazi". Para que lo podamos olvidar.

Resulta que el nazi era un ser cargado de violencia y "superioridad". Sentía que el judío estaba en una categoría similar a la de un animal de ganadería, o incluso peor. El nivel de sadismo con el que fueron los judíos perseguidos, apresados, torturados, asesinados, o posteriormente, utilizados sus cuerpos, es horrorosa. No les molestaba matarlos, ni les dolía, porque ni siquiera eran personas. Eso es el nazi.
El feminismo, por otra parte, es un movimiento social, cuya pretensión es erradicar el machismo, conducta que ha sido impuesta naturalmente en todos los humanos, por los siglos de los siglos, y que ha devenido en una serie de violencias inaceptables, contra las mujeres, principalmente. El machismo ha determinado los roles del hombre y los de la mujer, diferenciados con astucia, para salir favorecidos en mayor medida ellos, y ellas han quedado en una situación francamente lejana de lo que un sujeto de derecho debe tener. 

El feminismo quiere que nos saquemos al macho que llevamos dentro (hombres y mujeres) para que convivamos en armonía y en igualdad. Si todos gozamos de los mismos derechos, y nos hacemos cargo de los mismos deberes, la armonía va a ser obligatoria. Ese es el sueño feminista. No otro. El feminismo no quiere que los hombres paguen por lo que han hecho nuestros antepasados, no quiere que sufran o que sean torturados, el feminismo quiere que ellos, los hombres, nos vean como iguales, como seres humanos. 
El feminismo quiere que lloren cuando quieran, sin miedo. Que no se sientan obligados a protegernos, sin sentir nunca que son protegidos. Que sean amorosos y serviciales, con sus parejas, con sus madres, con sus hijes. Que sean útiles en las labores dentro de la casa, y fuera de ella. Que no teman hacerse cargo de les niñes, sin ayuda de una mujer. Que si no quieren trabajar, porque ganan menos que ella, que se queden en la casa, si así lo desean. O que estudien, si así lo desean. Que no se partan el lomo solo porque deben ser el proveedor de la casa. El feminismo también quiere liberarlos. Si quieren depilarse, háganlo. A nadie le va a importar. Y si no quieren, bien también. 

Las mujeres no estamos para que nos digan qué hacer, o con quién, o cómo. Ustedes tampoco. Esa es la gracia del feminismo. El feminismo no quiere que las mujeres seamos superiores, y que ustedes sean sometidos a nuestra voluntad. El feminismo quiere que las mujeres escalemos para estar en el mismo peldaño que ustedes. Quiere que seamos compañeros; PAREJA. Quiere que dejen de sentirse obligados a ser de un modo y que dejen de creer que nuestro deber ser es el clásico. 

La mujer es una persona, igual que ustedes. Tiene aspiraciones profesionales, sexuales, personales. Su rol no es cocinar siempre y tener limpio. Su rol es ser feliz. Y ustedes no pueden sino sentirse felices y orgullosos de eso. No les queda de otra que apañar.

Aunque ahora, después de todo lo dicho, parece obvio, igual quiero reiterar entonces que el concepto "feminazi" es completamente absurdo. Por supuesto que tanta violencia histórica nos tiene enojadas y agresivas. Pero a lo más nos interesa decirles algunas palabras poco honorables para que dejen de acosarnos en la calle, de toquetearnos en la locomoción colectiva, de violarnos y de matarnos. Quizá a los agresores los queramos agredir, y hasta matar. Pero eso no quiere decir que porque sean hombres, los odiamos y queremos que mueran. Nosotros queremos que muera su macho interior, no ustedes. Ustedes nos caen bien, hasta nos gustan. Pero sería hermoso que fueran hombres conscientes de sus privilegios sociales, laborales, políticos, ¡históricos!, y de que no vivimos en un mundo donde precisamente se respire la justicia. 

Apañen cabros, bájense del pony, y apañen. Nosotros los hemos apañado toda la vida. Ahora les toca a ustedes. Reciprocidad le dicen. 

domingo, 18 de febrero de 2018

¿Por qué tengo que tomar anticonceptivos yo?

Pasa mucho que en la pareja la que se encarga de evitar embarazarse es la mujer. Incluso, cuando sale embarazada "sin querer", es ella la culpable, por no cuidarse debidamente. Pero eso, ¿qué tiene de justo?
Primero que todo, hay que considerar que, aunque es una la que tiene útero, también es un hecho que los días en que somos fértiles son apenas 4 al mes. Lo que es un porcentaje demasiado bajo para justificar consumir un medicamento hormonal todos los días de nuestras vidas, con el objetivo de evitar que esos míseros 4 días al mes no quedemos embarazadas. 
Además, no es menor, el hecho de que tomemos hormonas trae consigo una serie de consecuencias a nuestra salud que no tienen nada de agradable. Corremos serios riesgos si es que llegásemos a consumir cigarrillo o alcohol, es decir, para ser una persona "sana" que toma anticonceptivos, también hay que ser abstemia. De lo contrario, podemos tener problemas cardiovasculares de los cuales no nos reiremos mucho después. Eso sin contar los problemas de peso, ansiedad y jaquecas...
La industria de los fármacos, ha creado un sinnúmero de anticonceptivos hormonales para mujeres, y para hombres NO EXISTE ninguno en el mercado. Ninguno. Apenas tienen la opción de usar preservativo, y ya está. Se acabó la oferta. Y eso no se condice mucho con el hecho de que el hombre es fértil todos los días de su vida. HASTA EL DÍA DE SU MUERTE. O sea, ellos, que siempre pueden embarazar a una mujer, no tienen ninguna opción real en el mercado (que no sea una prueba de laboratorio potencialmente peligrosa) que puedan consumir para evitar concebir. Pero una, que no tiene más de 4 días mensuales en los que ese útero puede engendrar un crío, tiene que tomar pastillas todos los días de su vida, o usar un anillo de goma dentro de la vagina, o pegarse un parche en alguna parte de su piel, o implantarse un aparato de plático debajo de la piel del brazo para evitar embarazarse.
Cuando uno está en pareja (una relación monógama estable), el hombre ASUME que ella DEBE CUIDARSE para que podamos tener sexo sin condón. Sin condón, y sin nada, porque esa es la única opción de que la responsabilidad recaiga en ellos (no olvidemos que no existe otro anticonceptivo masculino). Es decir, que aceptar estar en una relación monógama estable implica que voluntariamente debo esclavizarme a consumir hormonas de por vida. Y la única vez que mi cuerpo descanse y viva sus procesos hormonales de manera natural  (a la par con el cuerpo de ellos, que no recibe ningún tipo de hormona artificial) es, uno, cuando esa relación se acaba, o dos, cuando se decide engendrar. 
¿Qué les cuesta usar condón? ¿Y así, cada uno tiene un cuerpo no intervenido por hormonas, y sin riesgos de ningún tipo? ¿Qué les cuesta? ¿Por qué soy yo la que se tiene que cuidar? ¿Por qué toda la responsabilidad es mía? ¿Por qué? Si ustedes usaran condón, no existirían aquellas "locas" mujeres que "amarran" a los hombres embarazándose (decisión unilateral; inapropiada) porque no correrían ese riesgo. No pasarían ese miedo cuando se atrasa la regla porque no nos tomamos bien las pastillas. Serían más conscientes de los riesgos de embarazo o infecciones de transmisión sexual, porque estarían USTEDES protegiéndose. No protegiendo a la dama. 
Maduren por favor, y háganse cargo de su fertilidad. No anden repartiendo hijos e infecciones por ahí. Sean conscientes. Una caja de condones, o mil cajas, valen poco en comparación con el VIH, o un crío. 

sábado, 6 de enero de 2018

Acoso callejero

La primera vez que decidí ponerme calzas cortas debajo de una falda fue cuando era niña. Aproximadamente a los 9 años. A esa edad ya era consciente de que era un objeto de deseo, porque a esa edad, aunque suene increíble, ya había sufrido acoso callejero. Ya me habían dicho "piropos" en la calle. Ya había hombres adultos, y viejos, que se habían sentido con el derecho de expresarme su opinión acerca de mi cuerpo. Y ya había sido abusada sexualmente (por parientes cercanos, como sucede casi siempre). 
Salí con la falda corta, una hermosa pollera color celeste, corte plato. Una polerita con pabilos. Y unas calzas negras. Ese día me sentía "resguardada" con esas calzas. Era tan positivo lo que sentía por el hecho de que no había posibilidad ninguna de que se me vieran los calzones, que en ese entonces de verdad me daba miedo. Era un alivio que no se me vieran los calzones. 
Por la edad, y la falta de busto, no usaba sostenes. Así que mi única defensa con el mundo eran las calzas. Mis nuevas mejores amigas.
Mi madre, cuando se dio cuenta de que andaba con calzas pegó el grito en el cielo. Yo sabía que esa iba a ser su reacción, porque estaba un poco obsesionada con que yo me vistiera como niña y no como puberta o adolescente. Le complicaba que me viera "agrandada". Y no tenía idea la pobre de que yo lo último que quería era verme agrandada. Yo lo único que quería era esconderme tras la mayor cantidad de ropa posible, sin que los demás sospecharan o me miraran raro. Por supuesto que ella me retó y me mechoneó porque yo insistí que si no me ponía calzas, no iba a salir con falda ni vestido a la calle. 
Ella no entendió.
Pasaron los años, y cada año fue marcando más mis rasgos sexuales. Era una jovencita amante del ejercicio, por lo que siempre tuve un poco marcado el cuerpo; piernas contorneadas, glúteos marcados y duros, pechos pequeños, pero muy redondos y una cintura muy muy pequeña. Me ponía ropa heredada de mis primas, que era la única manera de tener ropa "nueva", y salía a la calle con un peto y un pantalón a la cadera (suelto), y recibía en menos de una cuadra, una serie de comentarios lascivos de hombres que pasaban en sus autos. Yo iba obligada a comprar pan, y ya no sabía cómo vestirme. 
Por miedo a mi pasado (marcado por eventos muy complejos de llevar en la memoria) y a una serie de palabrotas y cochinadas que me habían dicho o gritado en la vía pública, comencé de a poco a tener una expresión de género masculina. Me sentía bien. La ropa de hombre no me parecía nada fea, y sin duda que la consideraba sumamente cómoda. Me parecía una excelente estrategia a pesar de que en el Colegio la profesora jefe se dedicó a acusarme con mi mamá de que me juntaba con las lesbianas marimacho del otro curso. Y mi mamá, observándome y sabiendo esta información, pensó que me iba a convertir en lesbiana. Como si fuera posible que sucediera de esa manera, y como si ser lesbiana hubiera sido lo peor que me pasara en la vida.
Ya en la universidad, continuaba con mi estilo, y aún así le gustaba a hombres. Siendo que era muy poco "femenina". Comprendí que era mejor que le gustara a la gente por mi personalidad que por mi belleza. Y me alegré de no ser diferente. 
Cuando comencé a pololear, me tocó un tipo bastante penca que me insistía constantemente en que vistiera como mujer segura de sí misma y su expresión de género (y de su sexualidad) y me maquillara. Y me hacía sentir derechamente fea en mi estilo. Y uno que es bien pava con el primer amor, no hacía mucho por convencerlo de lo contrario. Luego de unos meses terminé transformándome en la mujer que él quería que fuera. Incluso me regaló ropa y ropa interior y maquillaje. Me disfracé de una mujer súper femenina, y no dejé de sentirme disfrazada por esos casi 3 años que estuvimos juntos como pareja. Intentando ser una pareja. 
Cuando nos separamos, inmediatamente volví a ser yo. Nada femenina. Muy neutra. No usaba colores particularmente femeninos, etc. Aún así, nunca dejó de estar presente el macho de la calle que grita, susurra al oído o dice comentarios realmente repugnantes. 
Ahora, que tengo 28 años, que me visto con ropa "grande" y ancha, más que nunca porque estoy gorda, entonces para que no se note, exagero un poco con las tallas, sigo viviendo algo similar. Siguen haciéndome comentarios, quizá no todos cerdos, pero sí innecesarios e indeseables. La diferencia es que ahora contesto. No siempre en buenos términos.
Pero la parte que menos me gusta, es que mis estudiantes, mis chiquillas de enseñanza media son víctimas mucho más constantes del abuso y del acoso. Son objetos aún más apetecibles vestidas de colegio. 
El acoso callejero no es una broma. No es una exageración. Es algo serio y asqueroso y terrible. Es algo por lo que HAY que legislar. Y es algo por lo que hay que dejar de callar. Mi invitación es a no quedarse callada. A gritar. A dejar en vergüenza a los pervertidos. Es visibilizar y no naturalizar.