viernes, 5 de octubre de 2018

El duelo 2

Había una posición en la cama que me fascinaba. Recuerdo que era tan genial para mí, que a menudo te decía: podríamos quedarnos así para siempre. Consistía en que nuestras cuatro extremidades y nuestras cabezas quedaban entrelazadas por completo. Nos volvíamos una especie de madeja de lana con nuestros cuerpos. Era fantástico. Nuestra respiración y latidos se alineaban en un mismo ritmo, y era tan cómodo y confortable para el alma que habitaba en nosotros, que a veces nos quedamos dormidos en esa sincronía única y maravillosa. 

Cuando nos separamos, lo que pensé que más iba a extrañar era eso. Nuestra conexión vital, nuestra capacidad única de sentir placer en un abrazo en la cama. En un abrazo no sexual. En uno cargado de amor. Solo de amor. Del más buen amor que teníamos para darnos. Pensé también que iba a extrañar tu olor. Ese olor al que yo creía ser adicta, y que también me hacía sentir la persona más feliz del mundo. 

Ahora que estoy soltera otra vez, y que no tengo ni tu cuerpo, ni tu calor, ni tu olor en mi cama nunca, lo que más extraño es al Chubi. Y no creo que sea porque siento desapego contigo, o porque ya no te necesite. Creo que es porque mientras te amé desde aquella posición en la que el amor romántico nos coloca, aproveché cada segundo de abrazo lanístico-pulpístico, y cada posibilidad de sentir tu olor, y tu respiración, y tus latidos. No anduve perdiendo mi tiempo en la depresión de no tener más tiempo para aprovecharte, o hundirme en el dolor de esta vida capitalista de mierda, sino que cada segundo que tuve junto a tu cuerpa fue valioso. Y por eso, ahora, a quien extraño, es al Chubi. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario