martes, 27 de agosto de 2024

El damasco


    Con el amor de mi vida nos fuimos a vivir a una casa que en el jardín tiene un damasco. Es nuestro protector; está ubicado entre la calle y la cueva. Su belleza es increíblemente perfecta. Me cuesta describir lo que provoca en mi cuerpo, en mi corazón, en mi respiración, en mis manos… cuando miro el damasco. Es una felicidad que no me dan los humanos, ni los gatos, ¡ni siquiera los perros! Se parece más a la felicidad que me dan las ballenas. Esa sensación de que una es tan pequeña e insignificante, que la admiración colma tu pecho, y es tan potente que lo único que puedes hacer es amar. Permitirte sentir amor. Amor por la naturaleza. Amor por ti, por ser un cuerpo natural, con células, igual que ese árbol y esa ballena que tienes en mente. Y tan frágil como ellos. Es hermoso vivir con este damasco. Se lo deseo a cualquiera. 


    En este momento, el damasco está repleto de flores. Tiene tantas, que se ve esencialmente blanco. Ramas cafés y flores blancas por doquier es lo que puedes ver en este preciso momento. Mejor que el animé, porque no es un dibujo, sino un ser vivo. En tronco y flor. Vivito y reproduciéndose. Por eso me inspiré a escribir sobre él, y sobre todo lo que me ha permitido aprender a través del simple ejercicio de la observación. 


    En otoño, me enseñó a soltar. Fui testigo de cómo en menos de dos semanas, se desprendió de miles de hojas. Así, como si nada, decidió quedarse en ramas a la vista. Me invitó a salir todos los días a la calle, a la hora de mayor sol, a barrer los cientos de hojas que dejaba ir por la noche y que caían en el cemento. Las barría todas, las que caían afuera de las casas de mis vecinos, también. Salía contenta. La mejor hora del día. La cueva es fría, más aún cuando estoy sola, por lo que salir a tomar sol barriendo hojas era mejor que un orgasmo. Recogía las hojas con las manos (con guantes, porque soy asquienta pero salvaje), y me concentraba en agacharme correctamente para no morir de la espalda. Vacilaba la situación, ahora que lo pienso. Era como un carrete solita. Echaba las hojas en un lavatorio de plástico grande que tenemos, y las trasladaba por toda la casa hasta dejarlas en el patio de atrás, donde hay dos árboles más, pero uno está muerto y el otro casi. Esa tierra ha costado mucho más restaurarla que la del jardín de adelante, donde está mi hermoso damasco, que es un excelente ejemplo a seguir.


    En invierno me enseñó de resiliencia, de resistir. De dar vida y luz, aunque el entorno sea hostil. Aunque el frío haga que duelan los huesos, y que cueste moverse; hay que hacerlo. Hay que permitirse sentir el frío y el dolor. Es parte de. Nos recuerda que estamos vivos, que somos sensibles, que no somos inmortales… es hermoso el invierno. Introspectivo, sí. Más de soledades que de compañías. Soledades necesarias y por ende, sanas. ¿Cómo nos vamos a conocer a nosotras mismas si no nos permitimos un viaje al interior en invierno? Yo nací en invierno. Para que veas cómo opera el destino. No hay que creer en el destino más de lo que hay que creer en una misma. Pero nací en pleno invierno. Mi época más creativa y la menos egocéntrica. La época de entrar a picar en la psique ¿Qué hace el damasco en invierno? Se enfrenta, completamente despojado de ropas y protecciones, al frío, a las heladas, a la bruma, a la lluvia, al sol tibio y a los días nublados. Sin hojas, sin flores. Así, desnudamente honesto. Esto soy, lo demás son accesorios que uso para adornarme. ¿Cómo no admirar su valentía? Si el damasco fuera una humana, no llevaría maquillaje ni aros en invierno. No tengo pruebas ni dudas. 


    En el verano se llena de hojas. Se le mueren las flores casi tan rápido como aparecen, y comienza a repletarse de una cantidad impresionante de hojas. El verano es crudo y seco, pero el damasco, nuestro protector oficial, nos proporciona una sombra fresca tan deliciosa… Y no solo eso, como es pro vida al máximo, en verano también se desespera por reproducirse. Y convierte todos los restos de flor que quedan en el árbol, en damascos. En enormes, anaranjados, dulces y jugosos damascos. Son tan gigantes que doblan las ramas con el peso, y ellas, lejos de temer quebrarse, soportan con elegancia; están flexibles como nunca. Llenas de agua y vitalidad, porque regamos con abundancia en verano. Nosotros somos los responsables de que estos seres vivos sigan vivos, así que nada de ignorar sus necesidades. El amor requiere o implica actos de servicio. Propiciar que la vida que te rodea, siga dándose. Es un deber con la naturaleza que todos tenemos. Pasa que estamos tan desconectados que hasta se nos olvida que somos naturaleza. Pero si uno va a arrendar una casa que tiene plantas vivas, hermosas y vigorosas, creo yo, debería sentirse responsable de que esa vida persista. Que tenga un correcto desarrollo. ¿Cómo no nos va a pasar nada al presenciar esa muerte? ¿Cómo no te va a conmover ver un árbol muerto en pie? El verano es para disfrutar la vida, y amarla, y agradecerla, y vivirla y reflexionar sobre ella. Ojalá que esa reflexión no sea desde una perspectiva especista, sino que podamos experimentar el amor por todas las formas de vida; por los caracoles, las lombrices, las mariposas, las ballenas, los gatos y las aves. Que nos importen las demás formas de vida con las que estamos teniendo contacto. O de las que estamos teniendo conciencia. El verano es para amar y reproducirse, y facilitar el desarrollo de la vida.


    El damasco es generoso. Me permite ver cómo vive todos sus procesos. Soy testigo de sus profundos cambios, de sus recorridos por caminos de autoconocimiento y luego de expresión muy intensos y visiblemente marcados. Al mirarlo diariamente he podido conocer todas las decisiones estéticas que toma, aunque no conocemos sus procesos internos. Él se comunica como todos: con su cuerpo. Sin necesidad de usar palabras. Con sus actos es claro y determinado. Un ejemplo a seguir, sin duda. Vaya que seríamos mejores si imitáramos a este damasco. 


    La verdad es que lo único “malo”, es que a mí me deja con “gusto a poco”. Porque vive todos estos cambios y procesos a una velocidad envidiable. Es el sueño cumplido de los ansiosos. Como el paciente que va al psicólogo y antes que todo pregunta cuánto va a tardar este “proceso terapéutico”, deseando que ojalá sea una respuesta con fecha y hora, y que dicha meta temporal esté ubicada lo antes posible en el calendario. El damasco es así, y lo peor, lo logra; un día te das cuenta de que comienzan a aparecer los primeros botones de flores, y al día siguiente ya tiene repletas las ramas de cientos de botones. Y apenas uno o dos días después, todas las flores abren, como en la carrera de los espermios llegando al óvulo, pero innecesariamente, porque las flores viven todas. No hay “perdedores”. Aún así compiten. Acuden a él muchas abejas. Me encanta. Ahora, que las flores están abiertas desde hace no más de una semana, están cayendo los pétalos lenta pero sostenidamente. Mantienen su ritmo. En poco tiempo el jardín será cubierto por una nieve de pétalos hermosa. Tendré que recuperar los que caigan fuera del suelo, para regalárselo a él y a los seres que comen pétalos, que habitan bajo la superficie y trabajan como el servicio secreto de las raíces. Pro vida también. Luego, al poco tiempo se volverá a cubrir de hojas, momento muy feminista, porque en pleno verano no se depila. Rebelde como él solo. Y volverá a ponerse a disposición de sus instintos de preservación de su especie, y se llenará de los increíbles y deliciosos damascos que da. Y ya no nos daremos cuenta, cuando vuelva a estar eliminando cada una de sus hojas, y en tiempo récord estará todo el jardín amarillo. Todo rincón de tierra estará cubierto por las hojas que este árbol deja partir como si nada. Como quien se cambia de calzones. Casi un acto mecánico, pero de verdadera confianza. Él no va a dudar que puede con el invierno, y lo va a aguantar con la esperanza puesta en el verano. Volverá a concentrarse en sus raíces, y cuando el clima sea favorable, volverá a llenarse de flores, y podré volver a escribir inspirada en él, en mí y en la vida. 


martes, 11 de febrero de 2020

Autoviolación

La autoviolación es un concepto que vengo recién conociendo y comprendiendo, y mientras más lo entiendo más intuyo que ninguna se ha salvado.
Nos vendieron una idea muy rara y distorsionada de la realidad íntima de la sexualidad. Ideas muy machistas, como que los hombres son sementales incontrolables, que siempre tienen ganas, que no se pueden controlar, que necesitan "descargarse" de esa energía sexual, etcétera, y por otro lado, que las mujeres no siempre quieren, que las afecta tanto el estrés y son tan histéricas que mas bien les hace falta un poco de pene para que se calmen, que para las mujeres es más fácil ser fieles porque son románticas y tiernas y no calientes. Eso sin contar el tema masturbación. Los hombres se masturban como locos desde la pubertad y las niñas derechamente NO se masturban. Ese es el ideario colectivo. 
Ante esas ideas absurdas, es obvio que exista la autoviolación. Y también porque no olvidemos que nos han enseñado a tener miedo de ser violadas. 

Una amiga me contó una vez: "no sé si sea por las pastillas o qué, pero yo nunca tengo ganas, entonces para lograr hacerlo cuando es el momento, yo me hago las ganas"... en ese momento yo sentí ira, pena, compasión, y más ira, pero no supe de inmediato que lo que ella hace es AUTOVIOLACIÓN. Es sencillo, "hacerse las ganas" es sinónimo de no tenerlas y obligarse a sí misma a tener sexo. No sé por qué no nos enseñaron que algo así era inaudito, pero loco, lo es: si una no tiene ganas, una no debe tirar. Fin. 

Otra amiga me dijo: "él una vez me violó. Fue traumático. Me sentí tan ultrajada. Le dije tantas veces que no, que no podía creer que siguiera insistiendo. Yo no quería, pero terminé aceptando para evitar una pelea. Puse mi cara de lado para que no me diera besos, y decía en mi mente repetidamente: que termine luego, que termine luego, que termine luego"... ese día fue violada, pero ahí no termina su relato, su relato continúa así: "esa es la vez que más me perturba, porque me violó más veces, pero yo aceptaba antes. Nunca más me atreví a sostener un 'no' más de 3 veces"... ¡Loco! No es no. Qué rabia tener que reiterarlo como una consigna en la marcha, pero en serio, no es no. No es tal vez, no es, ya bueno ya, no es síii; es no. No quiero hacerlo esta vez. No dejé de amarte, ni dejaste de calentarme (¿o sí?), pero no quiero hacerlo. Punto. 

Amigas, dejemos de hacernos tanto daño. Muerte al macho. Si no quieren, no lo hagan. Si no quieren tirar hace meses con su pareja estable a la que creen amar, vayan a terapia, revísense, puede que el cuerpo les esté avisando que deben terminar ese vínculo. Escuchen a su organismo. Nosotras somos dueñas de nuestra cuerpa, y de nuestras decisiones. Hagámonos cargo. 

viernes, 10 de enero de 2020

Cultura de la violación

La primera vez que me violaron fueron mis primos. Yo tenía aproximadamente cuatro años y ellos eran adolescentes. No recuerdo quién fue al que se le ocurrió primero, pero recuerdo que en varias ocasiones abusaron de mí. El Hugo fue quien más “se repitió el plato”. El Jorge fue el único que no lo logró, pero lo intentó más de una vez. El Cristian lo hizo varias veces también, y creo que fue el único que logró eyacular. Recuerdo que le pregunté si ese líquido que le salía por el pene era pipí, y él, que sintió que era muy cochino hacerse pipí, me dijo “no, no es pipí, es semen”. Yo no le creí altiro porque no tenía idea qué era el semen, pero sí sabía que por el pene salía pipí. También recuerdo que estaba impresionada de lo duro que estaba su pene. El me explicó que era porque le gustaba lo que yo le estaba haciendo, y me volvió a jurar que no era pipí. 
[Esos recuerdos mi cerebro (qué bacán es el cerebro) los bloqueó hasta que tuve 19 años (edad en la que tuve mi primera relación coital con un varón con consentimiento).]

La segunda vez que me violaron (“segunda etapa en mi vida, pero era como la décima vez”) fue un tío de mi mamá. Se llama Antonio, pero de cariño en la familia, le dicen “tío Toño”. Mi abuela decía que él no era no de los trigos muy limpios, pero ella se refería a que era medio “trucho”. Como que se le hacía fácil estafar a cualquiera, incluso a su familia. En esa oportunidad yo tenía como nueve o diez años. Aún no tenía mi cuerpo “desarrollado”, pero estaba en proceso (pubertad) y tenía vello púbico. Él descubrió eso un día en que yo llamé a mi mamá desde el baño (me estaba bañando en la casa nueva de mi abuela) y en vez de ir ella (ningún adulto estaba muy atento a mí, porque mi abuela por fin tenía casa después de haber trabajado toda su vida, entonces yo era la última prioridad) llegó él al baño. Yo no sabía nada de sexualidad, pero sentí miedo cuando él entró y me miró. Yo tampoco sabía qué era la lascivia, pero sabía que su mirada era “cochina”. Recuerdo que me tapé de inmediato el pubis cuando entró al baño. (Yo había llamado a mi mamá para que me llevara toalla) Tuve que taparme con mis manos porque, como la casa era nueva, no tenía cortina la tina. Él, muy curioso -e imagino que caliente-, me preguntó: ¿qué tienes ahí? Recuerdo que le contesté: ¿y mi mamá? Él volvió a preguntar exactamente lo mismo, ignorando mi pregunta. Yo le respondí en una palabra: “pelitos”. Él se acercó lentamente y yo grité: MAMÁAAAAA, con todas mis fuerzas. Ahí se fue del baño, y mi mamá llegó en pocos minutos. En ese momento supe que corría peligro, pero no le comenté nada a mi mamá porque el tío Toño antes de salir del baño “nerviosamente” me hizo un gesto con el índice atravesando su boca como señal de que yo guardara silencio, y como sentía miedo de él, le hice caso; guardé silencio. Él siguió en la búsqueda bastante tiempo más. Ese mismo día subió al segundo piso, y me llamó. Yo fui (cagá de miedo). Le dije varias veces desde debajo de la escalera que qué quería, que yo no quería subir. Él dijo hartas cosas; que tenía un regalo, que era una sorpresa, que subiera, que NO ME IBA A HACER NADA, etc. La cosa es que subí y me dijo que le mostrara mis pelitos. Yo no quería, pero él tenía fuerza igual. Me afirmó de los dos brazos para que yo no bajara, y después de un forcejeo “breve”, me bajó las calzas que tenía puestas y me miró los pelitos. Esa vez no me alcanzó a tocar los genitales porque mi papá mandó a mi mamá a buscarme al segundo piso [siempre que tengo este recuerdo no entiendo por qué no fue mi papá el que subió] y nos interrumpió. Desde ese día el tío Toño comenzó a ir muy seguido a la casa de Portugal (referencia para mi familia). En esa época el único adulto que había en la casa durante el día era mi tía Ceci, pero permanecía acostada todo el tiempo así que no cachaba nada de lo que hacía el tío Toño. Me fue a ver hartas veces. Me tocó y penetró la vagina con sus dedos varias veces. Me encerró en la pieza de mis primas (que eran harto más grandes que yo) para que nadie lo cachara, y porque esa pieza igual tenía pestillo, entonces era más seguro para él. Me bajaba la ropa, me daba nalgadas. Yo no tenía más de diez años, porque recuerdo que iba como en cuarto o quinto básico. Un día le hablé como si fuera su amante (él tenía pareja, la misma de ahora) y le dije: “Toño, dame plata”. Mi plan era que me diera dinero a cambio de mi silencio. Yo sabía que lo que hacía era malo. No sé si lo sabía, pero lo intuía porque tenía pesadillas, miedo constante [le tuve terror a los hombres hasta los 19… a veces aún les tengo miedo], me indigestaba del estómago, lloraba mucho… era horrible. Recuerdo que una vez mi mamá vio que yo tenía plata, lo cual era extrañísimo porque mis padres JAMÁS me daban dinero, y me preguntó que quién me la había dado. Yo estaba contenta de que me preguntara porque lo único que quería era decirle que el tío Toño me tocaba la vagina, y me iba a ver cuando ellos no estaban. Yo le mostré que tenía plata con ese objetivo, destapar la olla. Pero por alguna razón no me atreví a decirle nada excepto que el tío Toño me la había dado. Ella tampoco quiso saber más, pero mostró molestia (mi mamá siempre estaba molesta, así que no pude deducir que era porque él me había dado plata). Después de eso, me dijo: no quiero que vuelvas a recibir nada de nadie. Le hice caso hasta hoy. Creo que lo que más me cuesta en la vida es pedir ayuda, y recibirla es aún más difícil. Mis papás confirmaron la sospecha de mi papá una noche en que tuve una pesadilla y grité demasiado. No recuerdo la pesadilla, pero sí recuerdo que mi papá me despertó -gritando también- y me hizo bajar de mi cama (camarote) y me llevó al living. Me sentó fuerte y me preguntó a los gritos: ¡¿qué te hizo el Toño?! Yo rompí en llanto y le dije: “el tío Toño me tocó la vagina”. Así se salió la información. No de otro modo. No le dije “me ha tocado muchas veces” ni “viene casi todos los días cuando ustedes no están”… nada de eso. Solo le dije: “el tío Toño me tocó la vagina”. Recuerdo que mi papá miró a mi mamá y le dijo: ¡Te dije! Después de eso me abrazó porque yo seguía llorando. Yo tenía miedo de que mi papá supiera porque él era “arrebatado” a veces, y yo pensaba que el tío Toño podía pegarle o algo así. Por eso estaba llorando. Mi mamá repitió muchas veces: “no puede ser”. Fueron tantas, que yo creo que se lo creyó. Creyó de verdad que no podía ser, y quiso que no hubiera sido. Esa noche se mostró molesta conmigo, como culpándome por algo. Yo no entendía mucho, pero me sentí culpable. [Ni mis papás ni yo teníamos las herramientas para entender que una niña de diez años no podía tener la culpa de ser violada por un pederasta, así que no culpabilizo a nadie salvo al patriarcado.] Después de eso no sé cómo fueron las conversaciones entre los adultos, porque por supuesto que no me hicieron partícipe (“los niños no deben meterse cuando los adultos hablan”), pero recuerdo con exceso de claridad que mi mamá tomó la decisión de colocarme frente al tío Toño, a una distancia menor a un metro, y me dijo desafiante: “di lo que dijiste delante de él”. Ella, como si fuera abogada, se aferró a la presunción de inocencia y me expuso a esa situación en la que me sentí triplemente violada. Creo que incluso me sentí violada muchas veces más en ese momento que todas las veces en que el tío Toño me violó antes. Yo no recuerdo haber podido decir nada. Recuerdo que salió mi papá de la casa al patio, y que lo abracé, y que el tío Toño se retiró del lugar campante, triunfante, tranquilo, “sabiendo que nada iba a pasarle”, y que mi mamá y mi papá se pusieron a pelear porque él no podía creer que ella me hubiera hecho eso, y ella no podía creer que lo que yo había dicho fuera verdad. A causa de lo del tío Toño, y que mi cerebro esta vez me falló y no pude olvidar ningún detalle de nada de lo ocurrido, pasaron varias cosas. La primera, es que intenté suicidarme 3 veces ese año. No tenía mucha información, así lo intenté con venenos que habían en la casa, para hormigas, arañas, ratones… no funcionó. La segunda cosa que pasó es que comencé a tener terror de los hombres. No me gustaba que me miraran ni me hablaran ni se me acercaran. Y me paralizaba caleta cuando me acosaban en la calle o en la micro… durante años no pude “responder” a ninguno de sus actos violentos. Fue horrible mi pubertad y adolescencia. La tercera cosa es que intenté ser lesbiana. Quería serlo principalmente porque pensaba que sin pene no habría posibilidad de violación, y como crecí viendo teleseries llenas de amor, lo único que quería era enamorarme y ser feliz. La cuarta cosa es que odié a mi mamá por años. Afortunadamente la primera sicóloga de mi vida, me hizo comprender mejor las cosas, y logré perdonar a mi madre de todo corazón. Ahora nos amamos mucho. Lo del lesbianismo todavía no me funciona bien, y en ese momento menos. Ahora les contesto a los hombres que me acosan en la calle, y creo (uno NUNCA SABE) que “sabría defenderme” en caso de que se sobrepasen más allá de sus “comentarios asquerosos”. Y bueno, no me dan miedo los hombres siempre. Ahora puedo enamorarme de hombres y vivir una sexualidad “sana”. Años de terapia eso sí. 

La tercera vez (etapa) que sufrí algún tipo de abuso sexual fue con mi primer pololo. Él era una persona tóxica y la relación también lo fue. Yo no cachaba na del amor ni de las relaciones amorosas, así que todo lo que vivía con él lo encontraba súper lindo, y romanticé toda su violencia patriarcal a más no poder. En una ocasión él se quedó a dormir en mi casa, en mi cama, en la misma pieza donde dormía mi mamá y mi hermana, y recuerdo que estaba súper enojado conmigo porque yo había escrito en mi diario de vida que me gustaba un compañero de curso. La cosa es que desperté porque “me estaba tocando”. Resulta que él consideró súper normal masturbarme mientras yo dormía. Hasta sexy pensó que era. Esa es solo una de las ocasiones en que su manipulación y abuso de poder en la relación se transformaron en abuso sexual. Lo triste de eso es que yo me di cuenta de que fui abusada por un hombre al que amé CINCO años de mi vida recién el 2019. Diez años después. Y lo supe solo gracias a la autoeducación de mis compañeras feministas. De no haber sido porque leí, me informé y me integré a grupos de mujeres increíblemente generosas y bacanas, nunca me hubiera dado ni cuenta quizá, o quizás cuándo. [Uno no se toma mucho el tiempo de reflexionar sobre sus prácticas y vivencias. Hay que hacerlo. Ese es mi consejo.] Lo bonito de eso es que todas las parejas hombres que tuve después de él, han sido un siete. Personas respetuosas, que me han amado de verdad, y que jamás cayeron en la violencia ni el abuso de poder. Si pudiera, sería amiga de todos ellos. Los quiero caleta y les deseo lo mejor de este mundo. Gracias, cabros.

La última vez que fui violada y abusada fue el año pasado. Sucede que me encontraba pasando un duelo bastante difícil y no estaba muy “cuerda” que digamos. Me sentía bastante deprimida, y de hecho colapsé. No muchos saben la historia, pero básicamente me adelanté al estallido social, y estallé por dentro como nunca en la vida. Mi crisis de los treinta estuvo lejos de lo que las teleseries muestran. En ese estado de depresión y falta de cordura, busqué formas de minimizar el dolor, y algunas fueron más bien autodestructivas. Dentro de esas, tomé la decisión de tener coitos de mutuo acuerdo con hombres en los que confiaba un poco porque los conocía, pero no tenía sentimientos asociados de índole romántica. Y uno de ellos, con quien lo pasé bien varias veces, se sobrepasó en varios niveles. Rompió algunas veces los acuerdos de horario y visita, y abusó de sus privilegios que eran más de los comunes de todos los hombres cis del planeta (no puedo explicarlo con detalle porque no quiero revelar su identidad). Me manipuló bien y con “facilidad” igual, porque yo -insisto- bien no estaba. Logró que yo me sintiera con cierta confianza de ir a su casa y no tenerle miedo hasta que un día, fui a su casa de día a conversar y a devolver algo que me había prestado. Ya habíamos acordado no mantener más relaciones sexuales, y me sentía bacán con esa decisión. Yo de verdad sentía que ya no me gustaba nada el joven. La cosa es que ese día él se calentó. Yo no lo preví porque, como acabo de mencionar, habíamos acordado dejar de fornicar, y cuando estaba por salir de su casa, él se puso en la puerta, la tapó, puso el seguro y comenzó a manosearme (sintiéndose con todo el derecho de hacerlo, como si mi cuerpo le perteneciera o tuviéramos alguna especie de contrato que dijera: “si alguna vez accedí a hacerlo contigo, puedes tocarme cuanto quieras cuando quieras”) y yo comencé a sentir ese mismo miedo que sentí cuando el tío Toño me visitaba. Sentí de nuevo eso de “si no accedo, me va a obligar con violencia”. Básicamente pensé: si no acepto, me viola. Y cometí el peor error de mi vida; dejé de forcejear. Después de eso pasó lo obvio. Claramente yo no disfruté nada, porque nunca quise hacer nada. Y ese día comprendí que la violación está demasiado demasiado demasiado cerca TODO el tiempo. Comprendí que nuestra cultura patriarcal ampara también una “cultura de la violación” que todes justificamos en algún momento de nuestras vidas. Comprendí que siempre nos vamos a sentir culpables de haber sido violadas, por más que cantemos y bailemos y hagamos viral el video de Las Tesis (las amo, cabras). Comprendí que por más “desconstruidos” y “letrados” que sean los hombres, jamás van a dimensionar (ni de cerca) los privilegios con los que cuentan solo por el hecho de nacer con ese sexo biológico. Comprendí que el feminismo ES el único camino a la libertad, a la justicia, a la igualdad. Comprendí que esta información, que es tan vergonzosa como dolorosa no podía quedar guardada en mi mente no más, porque somos TODAS las que hemos pasado por esto. Porque somos TODAS las que tenemos que aprender a amarnos, a cuidarnos, a darnos placer y no sentirnos mal por eso, a terapearnos, a limpiarnos de la mierda que nos han echado encima los hombres de nuestro entorno solo porque podían y querían. Porque nosotras somos las encargadas de amarnos, apoyarnos, liberarnos, acompañarnos e intervenir. 

Esta es mi pequeña intervención.
La culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía.
Y tampoco era tuya, compañera. Créeme que no lo era. Y no estás sola. 

viernes, 25 de octubre de 2019

El pueblo unido jamás será vencido

Ellos siempre han apelado al cansancio. Porque es obvio que nos cansamos. Mental, emocional y físicamente. Me pregunto cuántas veces habrán dicho en estos días: “se van a cansar” o “esta situación no se va a sostener mucho más” o “esperemos no más”. Y es verdad. Esta situación no se puede sostener mucho más, o al menos, no para siempre. Pero gente, el tiempo que sea necesario, por favor, sostengamos esta revuelta. Mantengámonos unides. Sigamos cuidando de los perritos en las calles. Sigamos llevando agua con bicarbonato y limones y tapabocas para apoyar a las personas en la marcha. Sigamos cantando y gritando “Chile despertó” con esperanza. Sigamos haciendo catarsis entre todas las personas presentes. Catarsis por cierto necesaria, porque estos 34 años de “regreso a la democracia”, cargados de violencia política, económica, sexual y social, nos tienen “enfermos”. Sigamos con energía para caminar, marchar, crear pancartas, y decir (NO CALLAREMOS NUNCA MÁS) las verdades. 
La calle es nuestra, y debemos ocuparla. 
Unides, lo lograremos. 
Nadie ni nada nos va a vencer. Mucho menos el cansancio. 
No nos detengamos hasta que nos escuchen. 
No paremos hasta que cambien la Constitución. 

domingo, 20 de octubre de 2019

18-19 OCT 2019

Voy a tratar de decirlo en “bonito”, pa’ que no me odien, y pa’ que me tomen en serio. 
Este sistema está mal. Completamente. De principio a fin. No hay garantías de ningún tipo para la ciudadanía. No para la mayoría, que es LA FUERZA DE TRABAJO, porque los que sí tienen resguardo legal, y facilidad para resolver sus problemas y para solventar sus necesidades, no representan un porcentaje mayor al 10%, y jamás han sido “un aporte” para la economía (que veo que es lo único que les importa a algunos). Esa es la razón por la que estamos en las calles con cacerolas y cucharas de palo. Con rabia, con pena, con desesperación. Con rabia. Más que todo, con rabia. Este sistema es injusto para los pobres, que somos mayoría. Somos casi todos. Y no podemos seguir así. No podemos seguir adaptándonos a lo que ellos determinen “darnos”, como migajas, para que no hablemos. Para que callemos, y nos volvamos esclavos. No más. No nos pueden subir en $30 el pasaje del metro de una como si lo sueldos pudieran resistirlo todo, como si el sueldo mínimo soportara cualquier tipo de alza ¿Qué esperan?, ¿que sigamos marchando en la Alameda los mismos de siempre, con la misma paz de siempre, para siempre, y luego aceptemos todas estas injusticias con la cara llena de risa? ¿Quieren que todos nos transformemos en sicópatas, como la clase política? Algunos sentimos tranquilidad solo con gritar un par de consignas o palabrotas, otros necesitan ver todo arder, y otros necesitan abrir a la fuerza las puertas de las grandes empresas trasnacionales y recuperar todo lo que nos roban cada vez que compramos en ellas. Así es de simple. Salgamos a la calle. Salgamos en la que queramos, pero salgamos, y mostremos cuántos somos. 


viernes, 16 de agosto de 2019

Murió mi abuela

La abuela tuvo una infancia del terror. Y pasó el resto de su vida (hasta la vejez) recordando cada detalle de su sufrimiento. Me contó cientos de veces las mismas historias “felices”, que eran de las que de alguna forma “se afirmaba” para sentir que no todo fue tan terrible, y en alguna medida para soportar su vida de jubilada.
Cuando fue adolescente tomó un par de decisiones estúpidas, como casarse con su primo para escapar de la esclavitud en la que estaba sometida desde muy pequeña por la pobreza y la falta de preocupación/ocupación en su crianza por parte de quienes eran los responsables. 
Su vida de casada fue peor. Se convirtió en la esclava de un par de personas que tenían pequeñas empresas que no tenían ningún interés por cuidar a sus trabajadores… y también fue esclava de su infeliz matrimonio. Él era un esposo terrible, principalmente por su alcoholismo.
Su vida no fue precisamente una experiencia feliz, pero sí fue “normal”; trabajó hasta desfallecer de cansancio, no aprendió a leer, era muy irrespetuosa y grosera, no era para nada cariñosa, y el machismo guiaba su vida más que Jesús. No era una santa, pero tampoco era mala persona. Era buena, solo que no tenía demasiadas habilidades comunicativas ni emocionales. Aún así era chistosa. Me hizo reír mucho, y a todos. Y con mucha gente era una madre sustituta. Las personas la querían, por eso no les era muy difícil soportar sus pesadeces. 

Vuela alto, Adriana Ana del Carmen.
Fue todo un placer compartir 30 años de mi vida con alguien que es de “lo mejor del 40”, y que nació “cuando nacieron todas las flores”. 
Ahora te toca descansar. 
Gracias. 

jueves, 8 de agosto de 2019

Despedida para les niñes del Antilhue

(Esto lo escribí antes de irme, por si no me dejaban despedirme en persona).

Niñes:
Estoy mal. Quisiera no estarlo, y de verdad que estoy trabajando en ello, pero no lo he logrado. 
A diario les extraño. A veces recuerdo sus intervenciones en clases, sus caritas, sus risas, sus bromas, y de verdad que me emociono. Ando tan sensible, que a veces incluso he llorado solo de lo mucho que les echo de menos. Son parte de mi vida, y de mis pensamientos, y eso no creo que cambie, aunque hayamos compartido nuestra existencia apenas unos meses de este año. Sus iluminadas y críticas mentes y sus nobles corazones son algo de lo que nunca podré desprenderme del todo. Yo soy muy mala olvidando.
He lamentado profundamente no poder acompañarles como quería en este proceso. La enseñanza media es un periodo particularmente difícil, pues requiere de que sus cuerpas y mentes se adapten a un estilo de vida tremendamente exigente. Todo nuestro sistema en Chile es así. Y la causa, como ya lo deben saber, es el capitalismo. La forma en que se construye el Colegio o la “idea de escuela” es una preparación para lo que va a ser su adultez, y créanme, a veces es horrenda. Tiene muchas ventajas, sobre todo una especie de sensación de libertad, pero no es tan real. Y en esto los adultos van a coincidir conmigo: uno de los mejores momentos de la vida es la etapa escolar. Es un periodo en que hacemos amistades a veces eternas, otras veces profundas y sinceras, aunque menos duraderas. Pero todo lo horrible que puede ser la adolescencia, lo cura la amistad y las posibilidades de gozar la vida. Ustedes son unos privilegiados; están en un establecimiento educacional lleno de personas inteligentes, apasionadas por su labor docente, convencidas de cambiar el mundo a través de la huella que pretenden dejar en sus almas. Además, el Colegio tiene colores lindos, arte por todos lados y una gata. Una amiga que tiene 10 gatos considera que el Antilhue es perfecto porque tiene una gata. Jaja. Aprovechen todo lo que tienen, y no pierdan tiempo. La vida es muy corta y estos 4 años se les van a pasar volando. 
Lo más probable es que no regrese. Y ese es el motivo por el que les escribo esto. Ustedes son bacanes, y me duele como nada dejarlos, pero quedarme es un costo muy grande para mi salud mental y emocional, y no puedo retroceder. No es justo. Aférrense a lo que tienen, y no den su brazo a torcer. Sigan gozando de la lectura, o aprendan a hacerlo. Sé que es un cliché, pero les prometo que es verdad: “leer es lo único que los hará libres de verdad”. No dejen que les pasen gato por liebre. Es la única forma de ser libres. No hay más. No la dejen ir. 
Los voy a extrañar de por vida, pero también estaré feliz viendo sus logros desde lejos. A un lado del camino también se puede disfrutar. Y sé que así será. 
Las compañeras feministas, por favor, les ruego, no bajen los brazos. Esta lucha va a tardar otros cien años en lograr la igualdad de género, pero va a ser real solo si nos mantenemos firmes, y contagiamos a cuanto humane tengamos cerca.
Cabros, ustedes saben que los quiero, y que veo en sus ojos mucha luz. Cuando sean padres, encárguense de no perpetuar el patriarcado. No es real que hombres y mujeres somos diferentes. No en la esencia del ser. En esencia somos IGUALES; todos tenemos derecho a ser respetades, amades, valorades, y también tenemos derecho a sufrir, a sentir ira, y a llorar. Derechos y deberes por igual. Ayúdennos en la causa. Ayúdense. 
Les quiere y les querrá, Churiruri.