viernes, 10 de enero de 2020

Cultura de la violación

La primera vez que me violaron fueron mis primos. Yo tenía aproximadamente cuatro años y ellos eran adolescentes. No recuerdo quién fue al que se le ocurrió primero, pero recuerdo que en varias ocasiones abusaron de mí. El Hugo fue quien más “se repitió el plato”. El Jorge fue el único que no lo logró, pero lo intentó más de una vez. El Cristian lo hizo varias veces también, y creo que fue el único que logró eyacular. Recuerdo que le pregunté si ese líquido que le salía por el pene era pipí, y él, que sintió que era muy cochino hacerse pipí, me dijo “no, no es pipí, es semen”. Yo no le creí altiro porque no tenía idea qué era el semen, pero sí sabía que por el pene salía pipí. También recuerdo que estaba impresionada de lo duro que estaba su pene. El me explicó que era porque le gustaba lo que yo le estaba haciendo, y me volvió a jurar que no era pipí. 
[Esos recuerdos mi cerebro (qué bacán es el cerebro) los bloqueó hasta que tuve 19 años (edad en la que tuve mi primera relación coital con un varón con consentimiento).]

La segunda vez que me violaron (“segunda etapa en mi vida, pero era como la décima vez”) fue un tío de mi mamá. Se llama Antonio, pero de cariño en la familia, le dicen “tío Toño”. Mi abuela decía que él no era no de los trigos muy limpios, pero ella se refería a que era medio “trucho”. Como que se le hacía fácil estafar a cualquiera, incluso a su familia. En esa oportunidad yo tenía como nueve o diez años. Aún no tenía mi cuerpo “desarrollado”, pero estaba en proceso (pubertad) y tenía vello púbico. Él descubrió eso un día en que yo llamé a mi mamá desde el baño (me estaba bañando en la casa nueva de mi abuela) y en vez de ir ella (ningún adulto estaba muy atento a mí, porque mi abuela por fin tenía casa después de haber trabajado toda su vida, entonces yo era la última prioridad) llegó él al baño. Yo no sabía nada de sexualidad, pero sentí miedo cuando él entró y me miró. Yo tampoco sabía qué era la lascivia, pero sabía que su mirada era “cochina”. Recuerdo que me tapé de inmediato el pubis cuando entró al baño. (Yo había llamado a mi mamá para que me llevara toalla) Tuve que taparme con mis manos porque, como la casa era nueva, no tenía cortina la tina. Él, muy curioso -e imagino que caliente-, me preguntó: ¿qué tienes ahí? Recuerdo que le contesté: ¿y mi mamá? Él volvió a preguntar exactamente lo mismo, ignorando mi pregunta. Yo le respondí en una palabra: “pelitos”. Él se acercó lentamente y yo grité: MAMÁAAAAA, con todas mis fuerzas. Ahí se fue del baño, y mi mamá llegó en pocos minutos. En ese momento supe que corría peligro, pero no le comenté nada a mi mamá porque el tío Toño antes de salir del baño “nerviosamente” me hizo un gesto con el índice atravesando su boca como señal de que yo guardara silencio, y como sentía miedo de él, le hice caso; guardé silencio. Él siguió en la búsqueda bastante tiempo más. Ese mismo día subió al segundo piso, y me llamó. Yo fui (cagá de miedo). Le dije varias veces desde debajo de la escalera que qué quería, que yo no quería subir. Él dijo hartas cosas; que tenía un regalo, que era una sorpresa, que subiera, que NO ME IBA A HACER NADA, etc. La cosa es que subí y me dijo que le mostrara mis pelitos. Yo no quería, pero él tenía fuerza igual. Me afirmó de los dos brazos para que yo no bajara, y después de un forcejeo “breve”, me bajó las calzas que tenía puestas y me miró los pelitos. Esa vez no me alcanzó a tocar los genitales porque mi papá mandó a mi mamá a buscarme al segundo piso [siempre que tengo este recuerdo no entiendo por qué no fue mi papá el que subió] y nos interrumpió. Desde ese día el tío Toño comenzó a ir muy seguido a la casa de Portugal (referencia para mi familia). En esa época el único adulto que había en la casa durante el día era mi tía Ceci, pero permanecía acostada todo el tiempo así que no cachaba nada de lo que hacía el tío Toño. Me fue a ver hartas veces. Me tocó y penetró la vagina con sus dedos varias veces. Me encerró en la pieza de mis primas (que eran harto más grandes que yo) para que nadie lo cachara, y porque esa pieza igual tenía pestillo, entonces era más seguro para él. Me bajaba la ropa, me daba nalgadas. Yo no tenía más de diez años, porque recuerdo que iba como en cuarto o quinto básico. Un día le hablé como si fuera su amante (él tenía pareja, la misma de ahora) y le dije: “Toño, dame plata”. Mi plan era que me diera dinero a cambio de mi silencio. Yo sabía que lo que hacía era malo. No sé si lo sabía, pero lo intuía porque tenía pesadillas, miedo constante [le tuve terror a los hombres hasta los 19… a veces aún les tengo miedo], me indigestaba del estómago, lloraba mucho… era horrible. Recuerdo que una vez mi mamá vio que yo tenía plata, lo cual era extrañísimo porque mis padres JAMÁS me daban dinero, y me preguntó que quién me la había dado. Yo estaba contenta de que me preguntara porque lo único que quería era decirle que el tío Toño me tocaba la vagina, y me iba a ver cuando ellos no estaban. Yo le mostré que tenía plata con ese objetivo, destapar la olla. Pero por alguna razón no me atreví a decirle nada excepto que el tío Toño me la había dado. Ella tampoco quiso saber más, pero mostró molestia (mi mamá siempre estaba molesta, así que no pude deducir que era porque él me había dado plata). Después de eso, me dijo: no quiero que vuelvas a recibir nada de nadie. Le hice caso hasta hoy. Creo que lo que más me cuesta en la vida es pedir ayuda, y recibirla es aún más difícil. Mis papás confirmaron la sospecha de mi papá una noche en que tuve una pesadilla y grité demasiado. No recuerdo la pesadilla, pero sí recuerdo que mi papá me despertó -gritando también- y me hizo bajar de mi cama (camarote) y me llevó al living. Me sentó fuerte y me preguntó a los gritos: ¡¿qué te hizo el Toño?! Yo rompí en llanto y le dije: “el tío Toño me tocó la vagina”. Así se salió la información. No de otro modo. No le dije “me ha tocado muchas veces” ni “viene casi todos los días cuando ustedes no están”… nada de eso. Solo le dije: “el tío Toño me tocó la vagina”. Recuerdo que mi papá miró a mi mamá y le dijo: ¡Te dije! Después de eso me abrazó porque yo seguía llorando. Yo tenía miedo de que mi papá supiera porque él era “arrebatado” a veces, y yo pensaba que el tío Toño podía pegarle o algo así. Por eso estaba llorando. Mi mamá repitió muchas veces: “no puede ser”. Fueron tantas, que yo creo que se lo creyó. Creyó de verdad que no podía ser, y quiso que no hubiera sido. Esa noche se mostró molesta conmigo, como culpándome por algo. Yo no entendía mucho, pero me sentí culpable. [Ni mis papás ni yo teníamos las herramientas para entender que una niña de diez años no podía tener la culpa de ser violada por un pederasta, así que no culpabilizo a nadie salvo al patriarcado.] Después de eso no sé cómo fueron las conversaciones entre los adultos, porque por supuesto que no me hicieron partícipe (“los niños no deben meterse cuando los adultos hablan”), pero recuerdo con exceso de claridad que mi mamá tomó la decisión de colocarme frente al tío Toño, a una distancia menor a un metro, y me dijo desafiante: “di lo que dijiste delante de él”. Ella, como si fuera abogada, se aferró a la presunción de inocencia y me expuso a esa situación en la que me sentí triplemente violada. Creo que incluso me sentí violada muchas veces más en ese momento que todas las veces en que el tío Toño me violó antes. Yo no recuerdo haber podido decir nada. Recuerdo que salió mi papá de la casa al patio, y que lo abracé, y que el tío Toño se retiró del lugar campante, triunfante, tranquilo, “sabiendo que nada iba a pasarle”, y que mi mamá y mi papá se pusieron a pelear porque él no podía creer que ella me hubiera hecho eso, y ella no podía creer que lo que yo había dicho fuera verdad. A causa de lo del tío Toño, y que mi cerebro esta vez me falló y no pude olvidar ningún detalle de nada de lo ocurrido, pasaron varias cosas. La primera, es que intenté suicidarme 3 veces ese año. No tenía mucha información, así lo intenté con venenos que habían en la casa, para hormigas, arañas, ratones… no funcionó. La segunda cosa que pasó es que comencé a tener terror de los hombres. No me gustaba que me miraran ni me hablaran ni se me acercaran. Y me paralizaba caleta cuando me acosaban en la calle o en la micro… durante años no pude “responder” a ninguno de sus actos violentos. Fue horrible mi pubertad y adolescencia. La tercera cosa es que intenté ser lesbiana. Quería serlo principalmente porque pensaba que sin pene no habría posibilidad de violación, y como crecí viendo teleseries llenas de amor, lo único que quería era enamorarme y ser feliz. La cuarta cosa es que odié a mi mamá por años. Afortunadamente la primera sicóloga de mi vida, me hizo comprender mejor las cosas, y logré perdonar a mi madre de todo corazón. Ahora nos amamos mucho. Lo del lesbianismo todavía no me funciona bien, y en ese momento menos. Ahora les contesto a los hombres que me acosan en la calle, y creo (uno NUNCA SABE) que “sabría defenderme” en caso de que se sobrepasen más allá de sus “comentarios asquerosos”. Y bueno, no me dan miedo los hombres siempre. Ahora puedo enamorarme de hombres y vivir una sexualidad “sana”. Años de terapia eso sí. 

La tercera vez (etapa) que sufrí algún tipo de abuso sexual fue con mi primer pololo. Él era una persona tóxica y la relación también lo fue. Yo no cachaba na del amor ni de las relaciones amorosas, así que todo lo que vivía con él lo encontraba súper lindo, y romanticé toda su violencia patriarcal a más no poder. En una ocasión él se quedó a dormir en mi casa, en mi cama, en la misma pieza donde dormía mi mamá y mi hermana, y recuerdo que estaba súper enojado conmigo porque yo había escrito en mi diario de vida que me gustaba un compañero de curso. La cosa es que desperté porque “me estaba tocando”. Resulta que él consideró súper normal masturbarme mientras yo dormía. Hasta sexy pensó que era. Esa es solo una de las ocasiones en que su manipulación y abuso de poder en la relación se transformaron en abuso sexual. Lo triste de eso es que yo me di cuenta de que fui abusada por un hombre al que amé CINCO años de mi vida recién el 2019. Diez años después. Y lo supe solo gracias a la autoeducación de mis compañeras feministas. De no haber sido porque leí, me informé y me integré a grupos de mujeres increíblemente generosas y bacanas, nunca me hubiera dado ni cuenta quizá, o quizás cuándo. [Uno no se toma mucho el tiempo de reflexionar sobre sus prácticas y vivencias. Hay que hacerlo. Ese es mi consejo.] Lo bonito de eso es que todas las parejas hombres que tuve después de él, han sido un siete. Personas respetuosas, que me han amado de verdad, y que jamás cayeron en la violencia ni el abuso de poder. Si pudiera, sería amiga de todos ellos. Los quiero caleta y les deseo lo mejor de este mundo. Gracias, cabros.

La última vez que fui violada y abusada fue el año pasado. Sucede que me encontraba pasando un duelo bastante difícil y no estaba muy “cuerda” que digamos. Me sentía bastante deprimida, y de hecho colapsé. No muchos saben la historia, pero básicamente me adelanté al estallido social, y estallé por dentro como nunca en la vida. Mi crisis de los treinta estuvo lejos de lo que las teleseries muestran. En ese estado de depresión y falta de cordura, busqué formas de minimizar el dolor, y algunas fueron más bien autodestructivas. Dentro de esas, tomé la decisión de tener coitos de mutuo acuerdo con hombres en los que confiaba un poco porque los conocía, pero no tenía sentimientos asociados de índole romántica. Y uno de ellos, con quien lo pasé bien varias veces, se sobrepasó en varios niveles. Rompió algunas veces los acuerdos de horario y visita, y abusó de sus privilegios que eran más de los comunes de todos los hombres cis del planeta (no puedo explicarlo con detalle porque no quiero revelar su identidad). Me manipuló bien y con “facilidad” igual, porque yo -insisto- bien no estaba. Logró que yo me sintiera con cierta confianza de ir a su casa y no tenerle miedo hasta que un día, fui a su casa de día a conversar y a devolver algo que me había prestado. Ya habíamos acordado no mantener más relaciones sexuales, y me sentía bacán con esa decisión. Yo de verdad sentía que ya no me gustaba nada el joven. La cosa es que ese día él se calentó. Yo no lo preví porque, como acabo de mencionar, habíamos acordado dejar de fornicar, y cuando estaba por salir de su casa, él se puso en la puerta, la tapó, puso el seguro y comenzó a manosearme (sintiéndose con todo el derecho de hacerlo, como si mi cuerpo le perteneciera o tuviéramos alguna especie de contrato que dijera: “si alguna vez accedí a hacerlo contigo, puedes tocarme cuanto quieras cuando quieras”) y yo comencé a sentir ese mismo miedo que sentí cuando el tío Toño me visitaba. Sentí de nuevo eso de “si no accedo, me va a obligar con violencia”. Básicamente pensé: si no acepto, me viola. Y cometí el peor error de mi vida; dejé de forcejear. Después de eso pasó lo obvio. Claramente yo no disfruté nada, porque nunca quise hacer nada. Y ese día comprendí que la violación está demasiado demasiado demasiado cerca TODO el tiempo. Comprendí que nuestra cultura patriarcal ampara también una “cultura de la violación” que todes justificamos en algún momento de nuestras vidas. Comprendí que siempre nos vamos a sentir culpables de haber sido violadas, por más que cantemos y bailemos y hagamos viral el video de Las Tesis (las amo, cabras). Comprendí que por más “desconstruidos” y “letrados” que sean los hombres, jamás van a dimensionar (ni de cerca) los privilegios con los que cuentan solo por el hecho de nacer con ese sexo biológico. Comprendí que el feminismo ES el único camino a la libertad, a la justicia, a la igualdad. Comprendí que esta información, que es tan vergonzosa como dolorosa no podía quedar guardada en mi mente no más, porque somos TODAS las que hemos pasado por esto. Porque somos TODAS las que tenemos que aprender a amarnos, a cuidarnos, a darnos placer y no sentirnos mal por eso, a terapearnos, a limpiarnos de la mierda que nos han echado encima los hombres de nuestro entorno solo porque podían y querían. Porque nosotras somos las encargadas de amarnos, apoyarnos, liberarnos, acompañarnos e intervenir. 

Esta es mi pequeña intervención.
La culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía.
Y tampoco era tuya, compañera. Créeme que no lo era. Y no estás sola. 

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