viernes, 25 de agosto de 2017

La muerte

Uno piensa siempre, racionalmente obvio -por eso dije "piensa",  no "siente"- que está preparado para la muerte... de otros. Para la muerte de otros. E incluso llega a creerse la idea, aprendida no sé de dónde, de que cuando uno sabe que la persona está cerca de la muerte, ya que sea porque está vieja, o enferma, uno se prepara aún mejor, pero no. No pasa nada.
Uno es una mujer muy dicharachera, y eso siempre juega en contra porque es muy poco lo que le compran. Lo más triste es que uno es súper honesta. 
La cosa es que un día yo llegué al colegio y vi que el Pato, el nuevo de matemática, tenía una cara de poto impresionante, pero caché que la cosa era mala y no le pregunté, pero le pregunté a los demás con los labios, pero sin emitir sonido: "¿Qué le pasa al Pato?", y ellos, como si yo estuviera hablando, cosa que no, me hicieron callar. No me dieron a entender que me contarían después, entonces no pude no preguntarle igual al Pato, y le dije: Pato, ¿qué sucede? Y me dijo que su abuelito estaba delicado de salud y que pronto se iba a morir. Y yo lo miré, y le dije: "pucha", y no me acuerdo qué más, pero fui racional. Pensé: "es tu abuelo, los abuelos naturalmente que van a morir antes que nosotros", y con ese pensamiento -muy lógico por cierto- me despedí y me fui a clases. Era jueves, y los jueves trabajo, con el cerebro andando a toda su capacidad de 8 a 18 hs., así que mi ánimo era nulo. Y partí caminando a la sala del I°B, y mientras estoy pasando la lista, veo en mi pantalla del teléfono que mi hermana me enviaba un Whatsapp diciendo: "el tata tuvo un infarto". Y yo: plop. En el momento, como tenía que seguir trabajando diez horas más, me hice la loca, pero nada fue lo mismo. Ese día dormí como las pelotas solo por el hecho de sentir pena o culpa o algo así, por no poder ir a ver al Tata. Así que al otro día me fui directo del colegio para la casa de mi madre, y nos fuimos a ver al Tata. Ni almorcé. 
El tata ya estaba en la casa. Lo habían desahuciado. Es lo que hacen cuando ya saben que la persona bajo ningún procedimiento médico puede salvarse de la pelá. Así que de ahí en adelante, todas las visitas eran despedidas. Nunca pensé que uno tuviera tantas ganas y oportunidades de despedirse. El Tata estaba con buen humor, como siempre. Burlesco como él solo. Hasta catete incluso. Era triste volver a nuestra realidad después, con la conciencia de que se iba a morir pronto, y de que los días iban a volver a ser fomes, como siempre. No como siempre, pero fomes igual. Más fomes que con las ridiculeces que son posibles de salir de la boca de quien sabe que va a morirse. Como él sabía que se iba a morir, con eso también tiraba tallas, y hasta se dio el tiempo de pedir cosas específicas para su velorio y sepelio. El Tata siempre fue alcohólico. Llevaba un corto periodo de abstinencia los últimos años debido a su diabetes y achaques de abuelo, pero lo normal era verlo ebrio. Y era gracioso que hasta sobrio pareciera curao. Al menos en sus palabras y ocurrencias. Pero hablaba clarito. En su dialecto, pero clarito.
Fui algunas veces más, las que mi mente, cuerpo, y tiempo me permitieron. Pero no lograba sentir que me había despedido de verdad. No podía decir: ya, si esta noche muere, al menos sé que me despedí. Fueron tantos años de silencio y distancia que no eran suficientes un par de semanas de conversación y risas. Al verlo y escucharlo me di cuenta de varias cosas que no sabía; sobrio, me caía bien. Me caía mejor que mi abuela. Mucho mejor. Era burlesco en exceso. De haber sido profe, también hubiera disfrutado agarrando pa'l leseo a sus estudiantes, y si hubiera vivido conmigo, o cerca, o hubiéramos mantenido una relación, se hubiera cagado de risa de mis historias. Me di cuenta también de que no tenía olor a viejo, ese olor que detesto a veces en la calle, o en la micro o en el metro... como de viejo que no se baña, o que fuma, o que... en fin. Tenía 80 años, pero olía a hombre normal. Me di cuenta de que en la tele le importaba puro ver deporte, cualquier deporte, fútbol, tenis, básquetbol... tiene que haber sido muy competitivo... y odiaba las teleseries y las películas dobladas del cable. También me di cuenta de que hablaba como huaso y que no decía la s como serpiente sino como zapato en España. Me di cuenta que tal vez los últimos 20 años debería haberlo visitado más seguido, que parece que por eso no podía terminar de sentirme conforme a pesar de verlo harto estos últimos momentos. 
Mi mamá me llamó un domingo para decirme que el Tata ya se había muerto. Yo había sido alertada unas horas antes, y ya iba en camino al hospital. Me dijo que mejor nos juntáramos en la casa y que después veíamos qué hacer. Me dio una cosa fuerte en el estómago. Eran las 13:55hs de ese domingo, y yo no había probado bocado. Ese día no comí hasta la tarde-noche, un pan que mi misma mamá me hizo y ese fue mi desalmuerzoncena. No tuve hambre tampoco, porque la cosa que estaba en la guata después estaba en todo el cuerpo. Estuve durante horas acompañando a mi mamá a hacer los trámites de la muerte, pagar un montón de servicios para la muerte de la gente, y bla bla. Estupideces que solo dejaron en evidencia que somos pobres, que no tenemos ahorros, y que mi abuelo no tenía plata de pensión de jubilado. Ni me acordé de José Piñera cuando dijo que el diseño de las AFP era perfecto, el problema es que la gente vivía mucho. Maldito desgraciado. Hasta de eso nos reímos. Mi mamá tiene suerte de tener un lado de la familia (es un decir, porque mis abuelos son primos hermanos, por lo que solo hay UN LADO DE LA FAMILIA) chistoso, dicharachero, bueno pal mambo y pa la talla, porque si no, esas 48 horas en vela hubieran sido súper aburridas, o quizá tristes. Obvio que lloramos, pero poco. Las nietas estábamos para contener. 
Cuando lo fuimos a enterrar al cementerio, que era un lindo parque a las faldas de un cerro, el sol apareció en el cielo. Era el martes feriado. Yo y mi estrés nos queríamos matar porque nos acabábamos de dar cuenta de que el Tata nos había quitado TODO el fin de semana largo que había que descansar -y que yo iba a trabajar- con su muerte. Siempre tan especial. Igual la hizo porque fue súper acompañado. 
Como yo veo muertos y me carga, le hablé hasta por los codos, para dejarlo bien advertido que ni se molestara en ir a verme, porque con el hecho de haberlo sentido presente y sonriendo esos tres días era suficiente. También le tiré unas tallas, pero siempre piola, pa que nadie más escuchara. 
Ese día almorzamos tarde. Tipo 5. Yo almorcé y me vine a la casa mía donde vivo ahora, y me quedé dormida toda la tarde, y parece que toda la noche. Mi cerebro intentaba recuperar demasiadas horas de sueño, pero no lo logró. Desperté una sola vez, a eso de las 11 de la noche. Esteban me escuchó y me abrazó porque estaba llorando como foca con gripe, y se me pasó como en... 15 minutos ininterrumpidos de llanto. Él se cambió la polera y siguió trabajando. Yo el miércoles no fui capaz de levantarme en la mañana. En la tarde sí, porque mi hermana me dijo que iría al centro (ahí vivo) y le dije que fuerámos a tomar un helado, que quizá iba a ser su último deleite antes de parir. No alcanzamos eso sí porque rompió fuente en la calle y tuvimos que partir de urgencia al Hospital. Pasé otra noche en vela, acompañando a mi papá y al papá de la guagua de mi hermana, la Magdalena, que estaba súper nervioso. En realidad mi intención era que él muriera de nervios, y yo  pudiera entrar al parto. Pero no sucedió. A eso de las 8:20 de la mañana del día siguiente lo llaman para entrar al parto, accede, y yo me fui pa la casa a dormir un poco. Dormí un par de horas, y volví para conocer a la Magdalena. La vi un par de minutos. Nunca despertó. Le doné sangre a mi hermana. Me vine a la casa a dormir. Toda la tarde. Al día siguiente estaba llorona. No sabía si lloraba por el Tata, o la culpa de no haberlo ido a ver nunca o muy poco, o por la felicidad de que la Magdalena estaba sana y mi hermana también, no de la mente, pero del parto quedó bien. Pero lloraba. Intenté leer, revisar pruebas, ensayos... nada. Mi vida se redujo en llanto y sueño. Al final me di cuenta de que no estaba tan preparada para la muerte del Onofre. El Onofre es el Tata. Onofre Mamerto. Y me di cuenta de que no estaba lista tampoco para "cuidar, acompañar, apañar, ayudar, o contener" a mi mamá. La Magdalena me tiene contenta con que exista, pero quiero que crezca luego pa empezar a mentirle cuando me pregunte cosas. Por ahora es un poco fome. 
El sábado me enteré de que se había muerto el abuelo del Pato. Y me di cuenta de que el Pato es distinto a mí. Le dio a los profes los datos de la capilla donde lo estaban velando, y se alegró de ver a un par de colegas que lo fueron a acompañar. Es lindo el Pato. Tiene un alma buena. De esas que iluminan a la gente. Tiene buenas intenciones. Lo malo es que se le nota, así que se lo deben pasar cagando. Porque así es la gente de malvada. Yo no. Pero la gente sí. 
Cómo son las cosas. Yo me entero de lo de mi abuelo, minutos después que el Pato, y se me muere antes. Una semana antes. Debe haber sido para que no coincidiera todo. 
Resumen previo a la amigdalitis, que será el próximo capítulo:
sábado: cumpleaños del Franco (2 años)
domingo: muerte del Tata
lunes: velorio
martes: entierro
miércoles: hospital con mi hermana
jueves: nacimiento de la sobrina
viernes: muerte del abuelo del Pato
domingo: cumpleaños de la hermana (y aquí empieza la amigdalitis)

Conclusión: no estamos ni estaremos nunca preparados para la muerte. Hay que llorarlo todo. Hay que botar todo lo que uno tiene adentro. Arrepentimientos, dolores, malos recuerdos, tristezas y demases, ojalá en el velorio, cosa que en el sepelio uno se despida y después pueda seguir viviendo. De no ser así, de aguantarse, hacerse la fuerte y llorar después, o nunca, les va a dar amigdalitis. Y no quieren que les dé esta amigdalitis.

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