Yo había recién amanecido y una enorme cantidad de bichos con forma de escarabajos, de un amarillo fuerte muy bonito estaban colgando de todas las cortinas de mi pieza. Que no son pocas.
Se veían casi ordenados como en el desfile del 19 de septiembre. Estábamos extrañados al principio, luego reconocíamos que eran los mismos escarabajos amarillos de todos los años.
Ya más tranquilas, le poníamos atención a mi malestar físico: me dolía la cabeza, me sentía profundamente agripada, y tenía fiebre. Lo de la fiebre era seguro. Una tía decidía ayudarme y me apretaba fuertemente el brazo: "me vai a sacar la vena si hací eso", y así fue: el capilar de color azul estaba cortado, seco y salido de la piel como si fuera una bombilla (o pajita de plástico). Me comenzó a apretar el brazo y comenzó a salirme la sangre, primero eran apenas unos escupitajos, después salía a borbotones. Conforme iba saliendo la sangre yo iba relajándome, sintiéndome más aliviada, pero con un calor sofocante en mi cuerpo que me hacía sentir hervir.
Mi otra tía va y me pone una inyección para la fiebre, o eso dice ella, pero lo hace en la encía superior al lado derecho. Luego, la misma tía que me sacó el capilar, me inyecta otra cosa directamente por la entrada venosa.
Cuando mi cuerpo ya estaba en franca mejora, y mi mente estaba algo adormecida, ya no sé si por la pérdida de sangre o por el calor ambiental, llega la hermana de mi abuela: la tía Ester. Llega con escándalo como siempre, y al ver los escarabajos en las cortinas, se espanta, y con mucho asco, los arranca con sus manos. Todas mis tías y mi madre y mi abuela conversaban animadamente y no advertían el asesinato masivo de los bichos. Yo intentaba detenerla, pero no podía moverme ni hablar bien. Se sabía que al caer de las cortinas morían. Que solo tenían veinticuatro horas para aparearse, y luego de eso morían igual.
-¡Tía, tía, déjelos, los está matando antes de tiempo!
-¡Tía, tía, déjelos, los está matando antes de tiempo!
- No, mijita, esto es asqueroso.
- No, pero si no es su casa, no los mate, nosotros dejamos que se apareen aquí todos los años. Déjelos, si al finalizar del apareamiento, ellos mueren y las hembras van a enterrar los huevitos.
Ella no quería entrar en razón. Mi mamá, sin sonar tan segura, le insistía que los dejara tranquilos. Mató a más de la mitad de los bichos. Los que quedaban estaban en pleno acto sexual. Ella se fue. Ellos se iban cayendo muertos de a poco. Ahora las filas de bichos militares estaban ordenados, pero muertos, en el suelo.
Las hembras volaban rápidamente a la cómoda, y por detrás del televisor, iban rodando los huevitos. Abajo otros bichos de la misma especie los recibían y los ordenaban en un tubo de tela que ellos mismo habían construido. Luego todos bajaban y llevaban los huevitos a la tierra de afuera. De mi jardín en la calle.
Ojalá este año hayan puesto más huevos de lo normal, para cubrir el déficit que produjo la vieja metiche y desconsiderada.
Desperté tan alterada...
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