Leer a Clarice Lispector me ayudó un poco a abrir los ojos. Uno siempre piensa que está mal, pero no falta el desgraciado que está peor. Y Jesús lo dijo en la película. Bueno, el actor.
Yo sé que el gatito hizo todo lo posible por vivir, pero no lo logró. Yo creo que quizá lo mejor es entender que la naturaleza es sabia y que a veces no son suficientes las enormes ganas de que las cosas salgan bien, sino que la esencia no cambia y la realidad se hace presente sin que la llamen.
Ella se encontraba en constantes silencios y meditaciones inconscientes, ella quería vivir. Vivir. Sentirse valorada. Sentir que era valiosa para alguien más que los obligados. Porque los obligados están allí, siempre lejos, siempre sintiendo, en silencio.
Y ahora en silencio, no sentía ganas de llorar. Esta pena no se llora, se vive. Y la rabia la tomó, la destrozó en conversaciones imaginarias y se alejó de ella. Insiste en sentirse feliz, en besar al gato, en dormir con el gato, en acariciar al gato, en recibirlo mil veces -si fuere necesario- en su cama por la noche. Ahora lee afuera de la casa para sentir el sol y el viento. Ahora se permite mirar feo, y gritar, y decir que la gente con la que comparte apenas un poco más que el sengundo apellido vale mierda. Que son mierda. Lo piensa en voz alta. Pero no dice groserías directamente, pues no es necesario bajar a su nivel -piensa-.
Y ahora que comprende que escribir es una necesidad no un simple deseo o gusto placentero, ahora puede hacerlo sin temor a que a alguien pudiera molestarle, o que alguien prefiera que no lo haga, o que no lo cambie por hablar. Ahora, ahora no dejará de hacerlo hasta que la venza la muerte o la demencia.
Yo sé que el gatito hizo todo lo posible por vivir, pero no lo logró. Yo creo que quizá lo mejor es entender que la naturaleza es sabia y que a veces no son suficientes las enormes ganas de que las cosas salgan bien, sino que la esencia no cambia y la realidad se hace presente sin que la llamen.
Ella se encontraba en constantes silencios y meditaciones inconscientes, ella quería vivir. Vivir. Sentirse valorada. Sentir que era valiosa para alguien más que los obligados. Porque los obligados están allí, siempre lejos, siempre sintiendo, en silencio.
Y ahora en silencio, no sentía ganas de llorar. Esta pena no se llora, se vive. Y la rabia la tomó, la destrozó en conversaciones imaginarias y se alejó de ella. Insiste en sentirse feliz, en besar al gato, en dormir con el gato, en acariciar al gato, en recibirlo mil veces -si fuere necesario- en su cama por la noche. Ahora lee afuera de la casa para sentir el sol y el viento. Ahora se permite mirar feo, y gritar, y decir que la gente con la que comparte apenas un poco más que el sengundo apellido vale mierda. Que son mierda. Lo piensa en voz alta. Pero no dice groserías directamente, pues no es necesario bajar a su nivel -piensa-.
Y ahora que comprende que escribir es una necesidad no un simple deseo o gusto placentero, ahora puede hacerlo sin temor a que a alguien pudiera molestarle, o que alguien prefiera que no lo haga, o que no lo cambie por hablar. Ahora, ahora no dejará de hacerlo hasta que la venza la muerte o la demencia.
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