La primera vez que una estudiante decidió hablarme de su vida, fue en una clase en que estaban haciendo una actividad de creación literaria, y que ella había terminado hace rato. No quiso o no se atrevió a decirme de una, pero comenzó con indirectas que yo capté de inmediato. Su confesión, que para ella parecía la más importante de su vida, era que era lesbiana, y que nadie de su familia sabía, porque eran fanáticos religiosos y ella pensaba que la echarían de la casa. Ella sabía que era lesbiana por lo que sentía por las chiquillas, pero nunca había tenido contacto físico con ninguna. Yo sabía de antes que ella sentía atracción sexual por las mujeres, y también sabía que no era la única con esa orientación, pero como a mí me daba lo mismo, no le di importancia, hasta ese día, que comprendí que la importancia se la dan elles, les estudiantes. Ese día yo me volví una profesora mucho más empática, y cercana. Y buena para escuchar. Lo que me costaba sí era preguntar. Me costaba meterme en la vida de mis chiquillas y chiquillos sin sentirme barsa. Pero eso cambió.
En mi segundo colegio, una estudiante que me encontré en el metro después de clases, me confesó que padecía hasta hace muy poco tiempo de bulimia. Me lo dijo como quien habla del clima, ambas paradas al rededor del fierro del metro. Y yo, evidentemente, no supe mucho por qué me escogió a mí. Conversé con total naturalidad del tema, aunque dentro de mí había un vaso roto que me hacía sentir mucho dolor y rabia, hasta que ella se tenía que bajar. Me despedí con total normalidad, y cuando ella ya no estaba en el carro, entendí. Ser profesora de lenguaje no tiene nada que ver con enseñar a desglosar las ideas de un texto. La asignatura debería llamarse simplemente Comunicación. A comunicar es lo que yo debería enseñarles. Y también entendí que yo no iba a ser solo profesora en los colegios, también iba a ser sicóloga, madre sustituta, y quizá hermana mayor.
En ese mismo colegio supe hartas cosas más, de estudiantes que, como era habitual, se me acercaban a comentarme sus vidas. Yo nunca las interrogaba, solo las escuchaba, hasta que aprendí la lección. Una estudiante que yo no conocía porque no le hacía clases se intentó suicidar y esta vez casi lo logra. Estuvo a minutos, para ser más exacta. Solo no lo consiguió porque la persona que vivía con ella llegó a casa antes de lo pactado. Ese día, que nos enteramos de esta situación, comprendí que lo mejor que podía hacer cuando viera a les cabres sufriendo en silencio, era hacer que rompieran ese silencio, y que aunque no quisieran realmente, se soltaran conmigo, para ser el primer escalón en esta búsqueda de la paz interior que se obtiene a través de sacar la verdad. Por eso ahora yo les pregunto. Les pregunto y me odian, porque no me quieren decir. Pero algo me dicen igual. Y al menos un poco mejor se sienten.
Yo habitualmente les amo. Por eso no dejo que no me digan nada y se vayan con toda esa pena de vuelta pa la casa.
Este año es el quinto de mi carrera como docente, ejerciendo una profesión que amo y respeto. Y la cantidad de información que tengo en la cabeza es realmente impresionante. Estoy curá de espanto de tanta tragedia. Antes de trabajar en colegio, yo pensaba que lo más trágico de mi vida era Edipo Rey, pero loco, como diría TNT, hay realidad que supera a la ficción.