Me cae mal que exista Halloween. Pone a las personas a tomar papeles que quizá no quieren tomar, pero de todos modos lo hacen para que "los niños" disfruten de una fiesta que no existe en realidad.
Es tan comercial como Navidad. Es tan idiota como Navidad.
En Navidad la gente se transforma en compradora compulsiva y, dependiendo de su capital, consigue todo lo que puede para "no quedar mal con los familiares y niños". Porque los niños siempre son la excusa para que nos mintamos entre nosotros e incluso a nosotros mismos.
Si los niños supieran esto, que son la piedra de tope, lo que moviliza a la gente a hacer cosas horrendas, ellos rogarían de rodillas que por favor desistiéramos de tal nivel de estupidez.
Halloween es una fiesta cuyo origen es pagano. Las mujeres (llamadas brujas despectivamente por los machos opresores) se reunían a pedir, agradecer y hacer una que otra artimaña pachamamística para que el futuro venidero fuera weno. Ellas celebraban riendo y cantando, y probablemente danzando, al rededor de una fogata o de una comida... vaya a saber uno cómo era en sí el ritual. Este rito nada tenía que ver con la Santa Iglesia Católica y con Jesús, por lo que a lo largo de los años, los religiosos ortodoxos han ido recordándole a sus feligreces que si ellos son verdaderos cristianos, no debiesen por ningún motivo celebrar Halloween, ni siquiera dándole dulces a las marabuntas enanas que pasan pidiendo, porque eso es "fomentar" o "apoyar" indirectamente tal celebración.
Recuerdo que incluso cuando era niña, en el colegio donde estudiaba me dieron un gran cartel con bellos colores, que decía: "En esta casa somos cristianos. No celebramos Halloween". La idea de la Asesora de Religión era que pegáramos ese cartel en la puerta de la casa para que los niños no pasaran pidiendo dulces... jajajaja
Mi mamá, que siempre ha dicho que es católica, se alegró un montón de ese cartelito, porque como nunca teníamos plata ni pa comer nosotros, era la excusa mejor elaborada para evitar "malgastar" dinero en dulces. Así que ella agarró el cartel y lo pegó mientras me mandó a comprar el pan para la once. Cuando volví el cartel estaba pegado, y a mí me dio una crisis de angustia pensando en cómo se iban a burlar de mí los vecinos (que yo siempre creí que ellos sabían que yo era agnóstica) viendo ese cartel. Y lo saqué con furia. Se rompió en varias tiras y mi mamá, cuando se dio cuenta, me dijo que era hereje y que estaba loca.
Tomamos once, pero dejamos las dos puertas cerradas, la de calle y la de la mampara, para que desde afuera no se notara que había luz en la casa. Nuestro plan B era que los vecinos creyeran que habíamos salido, o que estábamos durmiendo.
Ese año funcionó. Pero decidimos que era demasiada pega, así que para el año siguiente compramos dulces en una distribuidora y se los dimos a los niños que pasaron. Ese año sobraron dulces. Al siguiente faltaron. Y así fuimos pasando cada Halloween hasta que mi mamá se cansó, y no compró más dulces. Y les abría la puerta a todos los niños para decirles: "no tenemos nada, disculpen... pero se ven hermosos". Yo me reía igual, porque se supone que la idea es que los disfraces den miedo, no que sean hermosos... jajaja
Ahora ya no vivo con mi mamá.
El año pasado no me acuerdo qué hicimos, pero tengo la impresión de que nos quedamos encerrados viendo series en Netflix, sin abrir la puerta y sin poner el papelito de que aceptábamos dar dulces a los niños.
Y este año fue diferente.
Este año se cumplían 60 años de la Población La Victoria. Estábamos de fiesta. Fuimos al Carnaval. Esta vez Esteban no bailó, porque como ya no es de la Escuela... según él que es súper fome ser espectador. Que es mil veces mejor "estar adentro".
Y la Pobla estaba vestida de gala. Adornos en los pasajes, mucha gente mirando el pasacalle... pero había un detalle; había mucha gente recolectando dulces con sus críos disfrazados de cualquier cosa. Estábamos los visitantes que fuimos a gozar de la música y la danza carnavalera, y estaban los vecinos que andaban en la misma. Y estaban "los desclasados" que llevaban a sus hijos a tocar puertas para pedir dulces. Fue súper raro. Uno, dentro del romanticismo absurdo con el que vive y cree en la política, no se imagina que en una pobla con tanta historia (recién estrenaron "Cabros de mierda") la gente va a ser tan yankee pa sus cosas. A mí me dio cosita. Cosita mala, como amarga...
El punto es que Halloween opaca lo que somos. Ni siquiera la gente aún se apropia de la cuestión como algo más latinoamericano, o chileno, por último.
Yo creo que la tradición podríamos inventarla para que no sea como la versión gringa. Primero que todo, en vez de disfrazarse de brujas y princesas de disney o superheroinas de Marvel, mejor que los peques se disfracen de personajes de mitos y leyendas nacionales; que aparezcan unos gemelos disfrazados de Tren-tren y Cai-cai Vilú, unas trillizas de Las 3 Pascualas, algún Trauco, alguna Pincoya... algo así. Y que no pasen por las casas con "calabazas" pidiendo dulces, sino que se hagan fiestas de barrio o familiares, en las que se inviten hartos niños y se les permita comer dulce; tortas, brochetas de frutas bañadas en chocolate, helado de frutas casero... etc. Que sea una excusa para reunir a la familia, o al barrio o a la pobla, pero también para retomar nuestras raíces... algo del folclor chileno (literario), para que no se diga que nos acordamos que somos chilenos solo con el fútbol o las fiestas patrias.
¿Sí o no?