Permanecieron
acostados bocarriba un largo rato, él más y más aturdido a medida que lo
abandonaba la embriaguez, y ella tranquila, casi abúlica, pero rogando a Dios
que no le diera por reír sin sentido, como siempre que se le iba la mano con el
anís. Conversaron para entretener el tiempo. Hablaron de ellos, de sus vidas
distintas, de la casualidad inverosímil de estar desnudos en el camarote oscuro
de un buque varado, cuando lo justo era pensar que ya no les quedaba tiempo
sino para esperar a la muerte. Ella no había oído nunca decir que él tuviera
una mujer, ni una siquiera, en una ciudad
donde todo
se sabía inclusive antes de que fuera cierto. Se lo dijo de un modo casual, y
él le replicó de inmediato sin un temblor en la voz:
-Es que me
he conservado virgen para ti.
El amor en los tiempos del
cólera, pág. 185, Gabriel García Márquez
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