Y la palabra agobio resuena en todas nuestras mentes desde que los carteles lo colocaban como esencia del reclamo: "el agobio laboral de un profesor solo se asemeja al de un gendarme", lo cual es sumamente triste considerando que los profesores no trabajamos con reos (normalmente).
Llegar a la casa, lo que podría ser un total deleite, hace que sufras una esquizofrénica desesperación por ordenar las horas que te quedarás despierta, para ver cuánto alcanzas a trabajar para el día siguiente, seguir trabajando en el trabajo. Y te dan ganas de llorar.
Y te dan ganas de tener nana, porque de solo pensar que además de todo lo que te toca revisar, o preparar, o lo que sea, tienes que por ejemplo cocinar o limpiar el baño, te vuelves un poco loca. Y te dan ganas de llorar.
Comienzas por lo que tu mente pone con alarma de "URGENTE", para luego pasar a lo "URGENTE 2" y así sucesivamente. Porque nunca llegas a sentir el placer de que no tienes algo urgente, o de que si quieres trabajar estarías "adelantando" labores, o incluso ese extraño suceso de llegar a no hacer nada con la conciencia limpia de que de verdad no había algo que hacer. Y tener tan lejos esa posibilidad, da ganas de llorar.
Y te levantas en la mañana con ganas de no haber despertado, te duchas con la esperanza de que el agua ayude a abrir los ojos. Te comes un pan con los ojos cerrados y te tomas un té deseando que sea cicuta. Pero no. No acaba ahí. Tienes que ir al trabajo. Y querrías ir en micro para descansar un día los músculos del viaje en bici, pero es casi fin de mes, entonces no hay saldo para ir en micro. Y te subes a la bici, sin ganas de pedalear. Pedaleas lo menos posible, pero igual llegas temprano. Y te preparas sicológicamente para comenzar un nuevo día. Pero preferirías llorar.
Y llegas a la casa.
Otra vez.
Con el mismo peso.
O un poco más.
Y te dan más ganas de llorar.